Esto no es una ficción literaria. Reunión de Cáritas. Una madre y tres hijos menores. Ella, una mujer maltratada, de ventanilla en ventanilla en peregrinación por los diferentes organismos. El complejo administrativo no le ha dado ninguna solución. Volver a casa. Guardar las formas. Aguantar. Sufrir. Y los hijos espectadores de primera fila de un martirio secuenciado. Todos los días hay función gratuita. ¡Qué mierda de vida!
Un día, quizás, esa mujer saldrá en los periódicos y todos nos rasgaremos las vestiduras. Y con elocuencia y falso pudor nos quejaremos de la violencia de un hombre contra su mujer, violencia apurada hasta el extremo de la muerte. Un día todos nos haremos la foto asomados en las puertas de nuestras instituciones para hacer un minuto de silencio.
En el periódico un pequeño recuadro con el rostro de la mujer. Y nuestra foto, a tres columnas, la del minuto de silencio, compungidos con la mirada al vacío, también añadirán alguna declaración, de nuevo, cargada de indignación. No hay derecho. Los minutos de silencio, muchas veces, son el punto final que justifica muchas otras calladas e incomprensiones anteriores. Y a otra cosa. La vida es demasiado compleja para pararnos más tiempo. ¿Esto ya nos justifica?
Silencio a las puertas del panteón
Si cada uno de nosotros nos pusiéramos en la piel de una persona maltratada, ya sea adulta, joven o en la infancia, recorreríamos un largo viacrucis lleno de estaciones a superar, y de caídas, y de vuelta a levantarse. ¿Cómo superar los miedos y las culpabilidades cargadas sobre sus hombros injustamente? ¿Cómo salir del foso de una autoestima machacada por los golpes y las heridas psicológicas? ¿Cómo romper la cáscara asfixiante de la desconfianza en lo que debía ser su hogar, o su templo? ¿Cómo despojarse de tanta vergüenza acumulada en cada golpe, en cada insulto, en cada desprecio?
Y después del gran esfuerzo de salir, de superar todas las trabas, después de romper su gran silencio con titubeos… otra vez de ventanilla en ventanilla, buscando quien le puede dar una respuesta, ayudar a crear con sus pequeños un hogar de los de verdad, poner distancia a tanto sufrimiento injusto y a tanta sinrazón.
Desgraciadamente, pronto saldremos otra vez a asomarnos al silencio de nuestras puertas institucionales. Una persona más ha sido crucificada en los calvarios de nuestra inanición administrativa. Pronto clamaremos al cielo, pero viviremos seguros en nuestro castillo protector. Cuando salimos a hacer ese minuto vacío, de silencios, me imagino que la puerta, a nuestras espaldas, es la entrada a un gran panteón lleno de cadáveres.