En ocasiones la forma oculta el fondo, en vez de manifestarlo, y eso nos puede ocurrir con la fiesta de la Ascensión que hoy celebramos.
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Y es que al leer el evangelio de Lucas: “fue llevado al cielo”, corremos el riesgo de ver a Jesús como un astronauta transportado por un enorme cohete o, al menos, impulsado por un propulsor de los que usan los navegantes del espacio para reparar sus naves.
El esplendoroso espectáculo pareciera confirmarse con la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles -dicen que también de Lucas-, cuando dos ángeles recriminan a los apóstoles el quedarse absortos mirando al cielo, y desatendiendo los terrenales asuntos a los que necesitaban dedicarse.
No. Si a metáforas vamos, en vez de astronauta yo me imagino a Jesús como el alpinista que asciende la montaña, desafiando obstáculos, enfrentando tormentas y vientos gélidos, trastabillando y deseando interrumpir su trayecto, pero firme en su convicción de llegar a la cima, a la meta.
Veo a un Jesús triunfante, vencedor de la muerte, pero también del desaliento; dubitativo, sí, cuando fue consciente de las consecuencias que vendrían por su estilo de vida, pero fiel a la misión encomendada por su Padre.
Jesús aparece como alguien que alcanza su plenitud, que logra su objetivo, que regresa victorioso de una larga y difícil expedición, con batallas perdidas, es cierto, pero con el saldo positivo de la lucha definitiva.
Su ascensión, entonces, más que un espectáculo hollywoodesco, producido para ser admirado, puede convertirse en un motivo de satisfacción y felicidad para quienes queremos seguirlo como discípulos. Es la culminación del proceso pascual, porque ella representa la vida exitosa de quien fue capaz de ofrecerla por nosotros, de entregarla de manera radical.
Pero, como los ángeles amonestaron a los discípulos, así también nos pueden recriminar a nosotros: no nos quedemos en el arrobo de la gloria, sino que concentrémonos en la promoción del Reino de Dios, que es nuestra permanente tarea.
Pro-vocación
Paradójico. Un obispo norteamericano amenaza con la excomunión a los políticos que estén a favor de legislar el aborto, pero no he leído de alguno que haga lo mismo con los fabricantes de armas. Si, como lo justifican algunos, se trata de defender el derecho a la vida, desde su inicio hasta su final, la masacre de Uvalde, Texas, exigiría un posicionamiento semejante, que fustigue a quienes colaboran de alguna manera en esas muertes. Paradójico.