Una de las sensaciones más molestas en la etapa de recuperación de fracturas de huesos, como la que estoy viviendo desde hace un mes, es tener que aguantar las cosquillas que provocan los yesos, ortesis y otros aparatos para inmovilizar. Puedes estar pidiendo ayuda todo el día, pero finalmente, por no molestar tanto, te resignas a vivir en silencio ese trance, esperando que desaparezcan con estoicidad.
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Si esto nos pasa a nivel de la piel, sin mediar ninguna enfermedad, también sucede algo similar a nivel espiritual, por lo que vale la pena hacerlo consciente para sanar(nos).
Picazones espirituales
Probablemente, a muchos les ha ocurrido que hay modos de ser o de comunicar de otros seres cercanos que te irritan o te preocupan, pero no los puedes remediar. Solo queda resistir “la picazón” en soledad y esperar que pase el tiempo para recuperar la paz. Puede ser nuestro cónyuge, un hijo o un familiar, con el cual estás “inmovilizado”, ya que cualquier movimiento empeorará las cosas y el amor incondicional te “obliga” a permanecer y cuidar el vínculo hasta que se pueda conversar. La paciencia se pone a prueba y no queda más que entregarlo a las manos de Dios y confiar.
También son muy difíciles de administrar las cosquillas que se producen en el alma cuando ya tienes clara una meta, pero las circunstancias te obligan a esperar. Apurarse es un contrasentido porque sabes que todo puede malograrse y la prudencia y la sensatez se tornan en “yesos” que te cargan de frustración e irritabilidad. Cada día y hora son un paso en el desierto y suponen esfuerzos descomunales y hay que “raspar la olla” para mantener el espíritu en alto. La fe se pone también en jaque y surge la pregunta de qué debes aprender o por qué estás en medio de un desierto que no querías visitar.
La soledad de la picazón
Si bien todos hemos tenido la sensación física de resistir en algún momento las cosquillas, es complejo explicarles a otros dónde te molesta, cuánta intensidad requiere el alivio o cuándo parar. Por lo mismo, la picazón del alma es difícil de ser contenida o consolada y, las más de las veces, se vive en profunda desolación y te aíslas de los demás.
Como no es dolor ni un sufrimiento feroz, sino una molestia intermitente que viene y va, produce la tentación de ser invalidada por nuestro super yo y se comienza a acumular. Poco a poco, la impaciencia, la frustración y muchos sentimientos tóxicos van sumándose a la bomba perfecta para destruir nuestra paz.
La importancia de hablar
Si la picazón es poca, podemos “pasar” de la ayuda y aguantar; sin embargo, como toda emoción y moción del alma, es bueno construir un relato que nos permita desahogarnos y ser bien aconsejados por alguien más. Es en estas circunstancias cuando podemos tomar decisiones muy equivocadas, por desesperación, ansiedad o angustia, y una persona que nos ame y conozca, nos puede iluminar.
Los instrumentos humanos que Dios nos ofrezca, los debemos discernir y tomar muy en cuenta si nuestra ofuscación/picazón es de tono mayor, y también hacer oración íntima con el Señor, para sabernos “acompañados” por Él en el trance y no lanzar lo que hoy nos inmoviliza lejos. Con eso solo nos “fracturaríamos” más y todo el proceso de recuperación se perdería.