Luis Antonio Rodríguez Huertas
Militante del partido Por Un Mundo Más Justo y bachiller en Teología

Ateísmo político


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El título de esta entrada podría dar pie a diferentes reflexiones. Todas interesantes. Yo lo traigo en referencia a la afirmación “no creo en la política ni en los políticos”, que la inmensa parte de la población actual ha pronunciado alguna vez. Hoy, a pesar de lo necesaria –por definición y como demuestra la historia– que es, no se cree en la política y, menos aún, en los partidos políticos.



Los “porqués” de este sentir son múltiples. Podríamos consensuar algunos, como la lejanía de la clase política con las “personas de a pie”; los inacabables casos de corrupción; las estrategias partidistas basadas en los propios intereses y no en el interés general; la polarización que todo lo emponzoña; o las deficitarias soluciones a los problemas reales que acucian a la humanidad (desigualdad, emergencia climática, guerras, economía, desempleo, vivienda…).

Falta de referentes

A esto se le une la falta de referentes políticos que sean auténticamente ejemplares y ejemplarizantes, y un desgaste profundo de las siglas ideológicas.

Y lo peor es que (no como ocurre en el caso del ateísmo religioso, donde el que no cree tiene las mismas, o más, dificultades que quien cree para mantener su postura militante), en el terreno de la política, el “ateísmo” se puede profesar sin esfuerzo ni coste personal alguno. Que social sí que lo tiene.

“Justos por pecadores”

Todo lo anterior me parece de una injusticia monumental si atendemos a la cantidad de personas que, en todas las formaciones políticas –doy fe de ello–, militan con una clara vocación de servicio, profesando una honestidad y honorabilidad encomiable, y se mantienen en el tajo a pesar de lo ingrata de su misión.

Por lo tanto, el problema creo que no está tanto en las personas políticas –aunque abundan quienes hacen de ella una profesión perversa, puramente lucrativa y destructiva–, sino en las formaciones en las que aquellas militan, que se convierten en máquinas demoledoras del buen nombre del servicio público.

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Partidos en los que creer

Por eso, termino esta sencilla reflexión con una apelación directa a la necesidad de que exijamos, provoquemos, impulsemos y consigamos una regeneración profunda del tejido partidista en nuestra sociedad. Hay que apostar por partidos políticos que se esfuercen en la búsqueda del bien común, gobiernen o hagan oposición desde valores éticos, huyan de la manipulación, las estrategias del miedo, la difamación o el odio, y sean ejemplo interno de lo que se quiere para la sociedad.

Que esta regeneración se pueda llevar a cabo en los grandes partidos existentes… me suscita importantes dudas. Porque en ellos están arraigados los cortoplacismos, enemiguismos, ombliguismos… y muchos otros “ismos” que se comen la buena voluntad de sus miembros que, la más de las veces, acaban abandonando el barco…o “tragando” con lo que dijeron que nunca tragarían.

Hagamos que la gente vuelva a creer en la política. Seamos políticos veraces e impulsemos partidos en los que se pueda confiar.