Creo que en este ambiente es bien sabido mi gusto por el cine. Este, además, está derivando hacia el mundo de las series, por eso de que es más sencillo encajar en medio de los quehaceres la duración de un capítulo. Acabo de terminar una española, ‘El desorden que dejas’, que me ha gustado mucho. Más allá de la intriga de la trama, que solo se termina de resolver en los minutos finales, me ha gustado el modo en que presenta a los protagonistas. La historia gira en torno al suicidio de una profesora de instituto y de las repercusiones que este acontecimiento tiene tanto en los alumnos como, sobre todo, en quien va a sustituirla. Ella, además, también carga con un duelo sin resolver por la muerte de su madre. El título remite a una gran verdad que todos hemos experimentado alguna vez: hay ausencias que desordenan toda la existencia.
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Impulso
Para mí, lo más sugerente de la serie es cómo va variando la percepción que el espectador se hace de los personajes y cómo la protagonista se va transformando, cogiendo las riendas, no tanto de la situación, como de toda su vida. Esa ausencia que desordena, también se convierte en el acicate que le hace enfrentarse a sus miedos, convirtiéndola, al final, en una mujer un poco más valiente. Debe ser porque el “desorden” tiene algo de impulso… y, obviamente, no me refiero a tener los trastos mal colocados. A veces nos empeñamos en tener todo “bajo control” y nos resistimos ante cualquier realidad que amenaza ese orden que nosotros mismos imponemos a la realidad y que nos ofrece cierta sensación falsa de seguridad.
El problema es que aferrarnos a nuestros montajes vitales puede convertirse en un gran obstáculo para lo más importante, que es querer a los demás, porque cuando alguien entra en tu vida, tiende a ponerlo todo patas arriba. Cuando cualquiera amenaza ese espacio de ordenada comodidad que nos hemos creado en el corazón, nos puede asaltar un temor profundo ante el caos que imaginamos como consecuencia. Igual que el endemoniado que se encontró con Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, también nosotros podemos gritar: “¿Es que vienes a destruirnos?” (Mc 1,24). Aquel, que es experto en dejarse encontrar, en entrar en el corazón y desordenar nuestros montajes, también puede acallar nuestros miedos, como hizo en esa ocasión, y mostrarnos cuánto bien nos hace esos “desórdenes” que el amor deja.