En el marco de la Fase Preparatoria para el Sínodo de los Obispos 2021-2023 sobre, precisamente, la sinodalidad, la Conferencia del Episcopado Mexicano elaboró una síntesis de la Consulta Diocesana que se llevo a cabo en todo el país, el año pasado.
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De la primera parte del texto, en la que explica la metodología seguida, llaman la atención algunos detalles: el 55% de las respuestas fue de mujeres; el ejercicio se llevó a cabo sobre todo en medianas y grandes ciudades; la mayor parte de los participantes en la consulta oscila entre los 35 y 65 años de edad, cuando el promedio nacional es de 29 años.
Enseguida aparecen las repuestas a los 10 núcleos temáticos: “caminar juntos” como compañeros de viaje, en la Escucha, hablando claro, en la Celebración, compartiendo la responsabilidad de nuestra misión común, en el diálogo en la Iglesia y Sociedad, ecumenismo, en la autoridad y participación, discerniendo y decidiendo, formándonos en la sinodalidad.
El panorama de la realidad eclesial en México, que aparece en el informe, no es muy alentador. Se constata la pobreza, la violencia, la polarización política, la tristeza, la angustia, el miedo y la desesperación de muchos mexicanos, fenómenos ya muy conocidos y denunciados. Pero hay una constante en el documento, que asombra por no ser frecuente: la autocrítica de los clérigos mexicanos.
En efecto. Van algunos destellos. Los prelados reconocen: vivir una pastoral de conservación; falta de fuerza para afrontar los problemas; reacciones pastorales con temor y desaliento; no caminar codo a codo con el resto del pueblo; alejarse de la feligresía; no conocer bien a los laicos; no escuchar la voz de los indígenas, de los alejados, los niños, adolescentes y jóvenes, personas en situación de calle, homosexuales, mujeres violentadas, empresarios y políticos, comunicadores y profesionistas en general.
Crecidos en el reconocimiento de sus áreas de oportunidad, los jerarcas católicos continúan: no han promovido suficientemente la Doctrina Social de la Iglesia; han convertido a los laicos en creyentes no comprometidos de su realidad, y en sólo “ayudantes” de la jerarquía; sostienen un activismo sin frutos; padecen un clericalismo que dificulta el sano ejercicio de la autoridad; no perciben las bondades de la rendición de cuentas, etc.
Y claro que señalan elementos positivos, pero asombra que monseñores, acostumbrados a no reconocer sus errores, realicen este ejercicio de “mea culpa”.
Como en muchos casos, el camino para superar un problema comienza con aceptar su existencia. Así lo ha hecho el episcopado mexicano. Excelente.
Pro-vocación
El obispo nicaragüense, Rolando José Álvarez Lagos, permanece bajo arresto domiciliario, desde el pasado 19 de agosto, por el régimen de Daniel Ortega, en la capital del país. Se le acusa de sedición y agitación pública. Llama la atención que, salvo una tenue intervención del papa Francisco, en la que pidió un diálogo respetuoso en el país nica, no ha habido una condena explícita al hecho, ni se ha exigido su liberación inmediata. ¿Así tiene que actuar la diplomacia vaticana?