Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

Avalancha de solidaridad


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Más de 3.000 muertos y otros tantos heridos, centenares de aldeas total o parcialmente destruidas, escuelas, dispensarios y edificios públicos prácticamente desaparecidos: este es el resultado del terremoto que Marruecos sufrió en la noche del viernes 8 de septiembre.



A partir de la mañana del sábado 9, y a la vista de la catástrofe sufrida, las autoridades y la sociedad civil comenzaron a socorrer, en la medida de lo posible, a la población siniestrada. El problema es la extensión de la zona afectada (muchos kilómetros cuadrados) y la orografía del terreno, muy montañoso. La población es muy dispersa, con muchísimos pequeños núcleos habitados, desde 50 hasta 300 habitantes la mayoría de ellos. El acceso, ya de por sí difícil, ahora lo es más a causa del deterioro de las carreteras y caminos.

Frente a esta realidad, esencialmente negativa, podemos observar algunas consecuencias positivas. Una de ellas, la más importante, es la avalancha de solidaridad que se ha desatado: desde Corea hasta Estados Unidos, pasando por toda Europa, las Cáritas nacionales o diocesanas se manifiestan dispuestas a colaborar con fondos para los primeros auxilios y la reconstrucción. El Papa se manifestó desde el primer momento a través de un telegrama, y el domingo en el ángelus. La torre Eiffel se vistió de rojo (color de la bandera marroquí) y se apagó a las once de la noche como señal de duelo. Asociaciones, ONG, familias, escuelas, personas anónimas nos han hecho llegar sus condolencias, su compasión y su solidaridad. Estupendo. Gracias, muchas gracias a todos en nombre, si puedo permitírmelo, del pueblo marroquí y de las personas siniestradas.

Estilo de vida solidario

Pero hay otras dos consecuencias positivas de esta catástrofe que deberían darse. Una es la conversión de la solidaridad afectiva (oraciones, condolencias, mensajes) en solidaridad efectiva (ayudas concretas materiales o personales). Y pasar de actos de solidaridad a un estilo de vida solidario; ser solidarios, siempre y en todas partes, en lo extraordinario y en la vida de cada día. “Solidaridad, estilo de vida”, podríamos decir.

La otra es a largo plazo. ¿Cuándo y cómo organizaremos nuestra arquitectura, urbanismo y vida social de modo que estos fenómenos naturales no causen catástrofes humanas? No podemos dejar en manos de la Providencia lo que debemos hacer nosotros, y mucho menos culpar a Dios de lo que es nuestra responsabilidad. Aquí tenemos una gran asignatura pendiente. Habrá que releer la ‘Laudato si’’… y leer su segunda parte.

Mientras tanto, ¡bienvenida seas, solidaridad!

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