Bajarse de la Iglesia a empujones


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Solo en un ambiente enfermizo se puede entender que en la Iglesia, quienes tendrían que mostrar una cierta compasión, destilen tanta bilis como la que recorre las redes sociales a cuenta de este Papa. Inimaginable con los pontífices que le han precedido, el nivel de virulencia de quienes fueron críticos con Juan Pablo II o Benedicto XVI no puede compararse con el de quienes hoy tildan a Francisco, amparándose en el anonimato, de Su Imbecilidad, por recoger una suave excrecencia. Sí, sí, esto está pasando incluso después de comulgar con los ojos cerrados…

Solo desde este ambiente de crispación eclesial algunos pueden haberse escandalizado porque Bergoglio, en la carta a los alcaldes que se reunieron en el Vaticano para abordar la acogida a los refugiados, les pidiese que, si no rezan, al menos “piénseme bien y envíeme buena onda”. La que le mandaron algunos iba con hache y unos pedruscos por esa “bobada” relativista. Y quienes trataron de justificar la expresión del Papa –que no necesita más glosa, pues solo con décimas de fiebre puede entenderse torticeramente– han sido invitados a “bajarse de la Iglesia” porque les fallan sus niveles de catolicismo…

Esta pedrada le dolió en el alma a un buscador, un amigo que ha cimentado su fe al abrigo de una comunidad, comprometido con la vida parroquial y que trata de alicatar de cristianismo su reciente matrimonio y paternidad.

Lo preocupante de esta roja directa y expulsión es que ha venido de la mano de un sacerdote joven. ¿Dónde está la “paternidad espiritual” que han de desarrollar los presbíteros, como recoge el reciente documento de la Congregación para el Clero? ¿Y dónde esa “ternura que incluso asume los matices del cariño materno”? En la nueva evangelización que aún sueñan estos curas, les resulta más sencillo señalar la puerta de salida y quedarse solo con los espíritus puros. Cansa menos.

Publicado en el número 3.017 de Vida Nueva. Ver sumario

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