La crisis de Ucrania ha creado un clima de tensión que evoca los enfrentamientos entre germanófilos y aliadófilos durante la Gran Guerra. Afirmar que la expansión de la OTAN hacia el Este y las maniobras de Estados Unidos para desestabilizar la región han contribuido al escenario actual de violencia y sufrimiento suele interpretarse como un obsceno alineamiento con Putin. Circula la teoría de que el “comunista” Putin quiere reconstruir la URSS y quizás invadir Europa, pero lo cierto es que Putin no es comunista, sino un autócrata nacionalista que se apoya en la Iglesia ortodoxa para cerrar el paso a la ideología de género, el pensamiento woke y el feminismo del #Metoo.
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Su homofobia es sobradamente conocida y no suele mencionarse que su principal opositor es el Partido Comunista Ruso. En realidad, Putin sueña con crear una Unión Euroasiática capaz de competir con la Unión Europea y quiere garantizar la seguridad de sus fronteras, controlando el colchón de seguridad compuesto por Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán. No planea desfilar por Berlín y no creo que se le haya pasado por la cabeza invadir las repúblicas bálticas.
Un castigo injusto
Para castigar a Putin, Occidente ha adoptado medidas tan injustas como excluir a los artistas y deportistas rusos de las competiciones internacionales. La NBA advirtió que multaría a los jugadores que criticaran la guerra de Irak, pero ahora se sanciona a grandes figuras de la cultura y el deporte por el simple hecho de ser rusos. La soprano Anna Netrebko ha condenado la guerra, pero aun así el Metropolitan Opera de Nueva York ha cancelado sus actuaciones.
Dentro de esta espiral de sanciones, se ha prohibido incluso que los gatos rusos participen en competiciones internacionales. No hay que ser muy perspicaz para advertir que los medios de comunicación han adoptado un sesgo propagandístico. Se muestra continuamente a los civiles ucranianos huyendo de sus hogares o sufriendo los estragos de la guerra, lo cual suscita una comprensible rabia e indignación. Esta exhibición contrasta con la ausencia de imágenes que acompañó en su momento a los bombardeos de Estados Unidos sobre países como Afganistán, Irak o Yugoslavia. En el caso de Yugoslavia, Washington afirmó que su intervención solo pretendía frenar la violencia étnica y proteger a la población civil, pero sus bombas destruyeron hospitales, escuelas, fábricas, vías fluviales y puentes. Incluso se bombardeó con uranio empobrecido, lo cual ha incrementado los casos de cáncer en Serbia.
Estricta censura militar
Una prensa sometida a estricta censura militar convirtió en invisibles a las víctimas, que bordearon las cinco mil. Es indiscutible que Putin está actuando como un agresor imperialista, pero Estados Unidos o China han obrado de forma parecida cuando lo han considerado necesario para sus intereses. La política internacional no se basa en el ‘fair play’, sino en el ventajismo más oportunista. Se condena la violación de la soberanía ucraniana, pero España acaba de traicionar las esperanzas del pueblo saharaui, aceptando que Marruecos asuma definitivamente el control del Sahara. La retórica sobre los derechos de los pueblos solo se utiliza cuando interesa.
Hace tiempo que la voz de Jon Sobrino no se escucha y es una pena, pues siempre ha desprendido coraje y clarividencia. Al parecer, tiene graves problemas de salud, pero sus escritos siguen ahí. En ‘Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía’ (Madrid, 2002) denuncia que se “mutila groseramente la realidad”. Se habla de la barbarie del 11-S, pero se presenta la guerra contra Afganistán como algo “noble, justo y necesario”. Los ídolos de Occidente son intocables, pese a ser la principal causa del sufrimiento del Tercer Mundo. ¿Y quiénes son esos ídolos? Según Sobrino, “el petróleo que buscan los poderosos en los países asiáticos, la moneda que lleva en su rostro el nombre de Dios: ‘In God we trust’, el mercado, la pseudocultura…”.
Profetas como Romero y Ellacuría
Así lo denunciaron profetas como monseñor Romero y Ellacuría, ambos asesinados por militares salvadoreños instruidos por Estados Unidos. El origen de todos los males es “una injusticia estructural” que concentra la riqueza del planeta en unas pocas manos, mientras el resto vive miserablemente. Se hace un esfuerzo enorme para ocultar este hecho. “Vivimos –escribe Sobrino– en una cultura del encubrimiento, de la tergiversación y, a través de ello, vivimos eficazmente en la mentira”. Se invierten muchos recursos en preservar la “mentira institucionalizada”. Lo estamos viendo estos días. Se critica a Putin por encarcelar a sus opositores y prohibir que se emplee la palabra “guerra”, pero Estados Unidos y la Unión Europea también cultivan la desinformación, censurando medios, esgrimiendo amenazas y bombardeando a la población con un relato nada imparcial.
Jon Sobrino sostenía que lo esencial era ser honesto con lo real, como lo fueron Romero, Ellacuría o Rutilio Grande. ¿Cuál es la postura honesta en la guerra de Ucrania? La honestidad comienza con la voluntad de comprensión. En Occidente hay libertad de expresión, pero, cuando esta choca con los intereses de las oligarquías y los gobiernos, queda relegada a espacios marginales.
Ejercicios de comprensión
Comprender lo que realmente sucede en Ucrania es la condición más elemental para hallar una solución. La honestidad exige analizar, estudiar, contrastar, sin dejarse llevar por tópicos y prejuicios. La honestidad es incompatible con el deseo de agradar. Un verdadero intelectual no escribe para ser más querido, sino para averiguar la verdad, aunque esta resulte impopular. La honestidad siempre implica ponerse del lado de las víctimas, caminar a su lado, intentar aliviar su sufrimiento.
No hay disculpa para los crímenes de Putin, pero tampoco es fácil excusar a Estados Unidos, que ha hecho lo posible por “balcanizar” la región para evitar que se consolidara el incipiente eje París-Berlín-Moscú. Lo honesto es –según Sobrino– pedir una situación de paz y libertad para “los pequeños de este mundo, los silenciosos y silenciados, los que mantienen la santidad primordial de vivir y compartir”.
Signos y sacramentos
Ningún pueblo debería estar sometido al albur de operaciones políticas y económicas concebidas para incrementar el poder de los gobiernos. “Si algo no hay que hacer con las víctimas –escribe Sobrino– es reducirlas a objetos –ni siquiera a objetos de beneficencia, y menos a instrumentos de propaganda–. Son signos y sacramentos de una realidad misteriosa, la de un Dios que participa en sus sufrimientos”.
Sobrino, Ellacuría y Romero son la mejor cara de la Iglesia católica. Los tres han sido radicales en su fidelidad al mensaje cristiano. Ellacuría y Romero murieron como mártires. Sobrino sufrió la persecución del Vaticano en tiempos de Benedicto XVI, hoy tan alabado por los integristas. Los tres son un signo de esperanza y un testimonio de la fecundidad del Evangelio. Su ejemplo nos incita a escoger siempre el camino estrecho, evitando esa otra senda por la que camina la mayoría, donde la verdad queda relegada, deformada o silenciada. Analizar con libertad la tragedia de Ucrania es incómodo, pero ¿quién ha dicho que el compromiso cristiano constituya un ejercicio sencillo?
Parar la guerra y negociar
Hay que parar la guerra y negociar. No hay otra alternativa. Occidente está aprovechando la situación para rearmarse, no para trabajar en favor de la paz. Avanzamos hacia un mundo más inseguro, con países trágicamente enfrentados y arsenales atestados de armas que podrían destruir el planeta varias veces. No es una buena noticia. ¿Qué sería, pues, lo correcto? Como apuntó Sobrino, “lo humano, lo bello, lo justo y lo fraterno. El amarnos los unos a otros. La mesa compartida”.