-Gabriel: “Cobraba cada dos semanas y no recibía la totalidad”.
-David: “Si llego a trabajar y hay pocos clientes, no entro a trabajar, tengo que quedarme esperando en la puerta hasta que me necesiten”.
-Adrián: “Tengo un contrato que empieza y termina en el mismo día”.
-Cristian: “No tengo un horario, sé cuando entro pero no cuando salgo”.
-Inés: “He llegado a trabajar hasta 17 horas en un día”.
-Daniel: “Trabajando 6 horas al día solo recibía remuneración por cada socio que hacía”
Podría parecer una obviedad, pero somos personas las que estamos detrás de las estadísticas y de los números con que día a día desde los medios de comunicación nos bombardean incansablemente. Cifras que hacen referencia a la “macroeconomía” y que por más que quieran convencernos nuestros políticos, sin embargo esconden y camuflan la cruda realidad.
Las y los jóvenes de hoy, somos personas con sueños, con ganas de aprender, incluso con motivación, con deseo de ser útiles, de servir a la sociedad, de tener un futuro digno y de formar parte de la sociedad que paradógicamente dice pensar en nosotros porque somos el futuro y, sin embargo, realmente no nos tiene en cuenta, incluso nos adormece con sus propuestas consumistas y evasivas, e intenta manipularnos sin posibilidad de alcanzar a tener un papel protagonista, siendo otros los que deciden y marcan el rumbo de nuestro futuro.
La situación que padecemos hoy los jóvenes está demandando al conjunto de la sociedad la urgencia de abrir los ojos para descubrir a las personas que tenemos a nuestro alrededor y poner nombre a los rostros concretos de personas que, a pesar de haber encontrado empleo, este solo les permite sobrevivir y no desarrollar una vida de relaciones de calidad. Desde que comenzó la crisis/estafa hace ya una década, nos están suprimiendo derechos que los trabajadores y las trabajadoras conquistamos con una lucha colectiva. Nos lo están sustituyendo por la incertidumbre, el miedo, la falta de autoestima, la inestabilidad vital… siendo una crisis que no hemos provocado nosotros, la clase trabajadora, sino el capital.
Ponernos en acción juntos
En boca de un joven que trabajó como cajero en un aeropuerto ganando el salario mínimo: “Nunca me había sentido tan indefenso como cuando era cajero. En cambio, nunca me había sentido tan fuerte como cuando me uní a mis compañeros de trabajo, me enfrenté a mi jefe, y pude experimentar que si se lucha por algo justo, aunque seamos pocos y más débiles, podemos ganar la causa”. Necesitamos con urgencia ser consientes de la importancia de estar organizados y de unir nuestras voces y nuestras reivindicaciones ante una misma causa o situación que nos precariza, que nos empequeñece, siendo capaces de hacernos valer, hacernos notar y salir a la calle para ir al encuentro de resto de compañeras y compañeros y juntos ponernos en acción.
Son muchas las iniciativas sociales que han ido surgiendo en estos últimos años. Una de ellas es No+Precariedad, un espacio formado por colectivos, organizaciones sociales y personas que están luchando contra la precariedad como forma de vida impuesta. La gente que participa en estos espacios nos invitan a poner rostro a las situaciones de precariedad que se dan entre nosotros, nos animan a salir a la calle, a alzar nuestras voces para denunciar, así como a ser capaces de promover alternativas que nos permitan vivir a todas las personas con dignidad. Cuando los ‘jocistas’ hemos participado en estas iniciativas hemos sido testigos del empoderamiento y de la mejora en calidad de vida de muchas personas, todo ello nos demuestra que la realidad es transformable.
Ante este tipo de propuestas y movilizaciones algunas personas nos preguntan: “¿Crees que va a venir algún cambio?, ¿Va servir para algo lo que hacéis?”. Mi respuesta convencida es esta: “Nunca dudes de la fuerza que tú tienes. Nuestras voces unidas, y nuestros pequeños gestos unidos son una herramienta poderosa de transformación, no lo olvides”.
Un sistema que no nos permite sobrevivir
Las y los jóvenes estamos en un punto de inflexión. Estamos frustradas y cansadas de sentirnos pisoteadas día a día por un sistema en el que solo se nos permite sobrevivir. Somos las hijas y los hijos que viven peor que la generación de sus madres y padres, y llevamos demasiados años siendo moneda de cambio barata para cubrir los costes de las crisis y las distorsiones del sistema, viéndonos obligados a estar a plena disposición de la empresa los 365 días del año. Y por todo ello, somos jóvenes que decidimos no formar parte de un sistema político y económico que ahoga consistente y metódicamente nuestra voz, nuestras capacidades y nuestros derechos y, en definitiva, que arruina nuestra vida.
Creo que los jóvenes de hoy no somos de ningún modo ajenos y mucho menos alérgicos a la política, lo que ocurre es que la realidad nos decepciona, pero sobre todo nos imposibilita la participación, ya que la estructura social actual deja mucho que desear, se ha hecho impermeable a las demandas de la ciudadanía y sobre todo a las necesidades y deseos de cambio de las personas más jóvenes. Las condiciones laborales hacen que el trabajo no sea una fuente de realización personal y de satisfacción sino que se vive más como una situación que nos somete y nos esclaviza.
Muchos jóvenes, ante esta situación, nos preguntamos: ¿Te meceré la pena vivir para trabajar en estas condiciones? ¿Puede ilusionar a alguien ser una pieza de un engranaje que cosifica, manipula y beneficia a unos pocos y al resto nos somete y pretende silenciarnos con las migajas? ¿Estamos condenadas a vivir en la precariedad y dando gracias de tener un trabajo? No dudes de la capacidad de denunciar en colectivo las injusticas que estás viviendo, y sobre todo, de anunciar un mundo mejor. No tengas miedo a difundir todo lo bueno que estamos haciendo, aunque sea pequeño e incluso insignificante para algunos. Opta con valentía por ser altavoz de pequeños signos de esperanza, que sin ninguna duda, están transformándote a ti y al mundo.