JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
Nunca sabe nada y nunca espera nada. De distinciones que le afecten a él, aclaro. Tampoco ahora, cuando Francisco acaba de designarle cardenal. Aunque es muy humilde, no puede ocultar la satisfacción, más que nada por lo que supone de reconocimiento a un pasado, a una trayectoria sacerdotal y episcopal ejemplar. También a su labor intelectual –“¿de dónde saca usted el tiempo para escribir?”, le dijo el Papa durante la visita ad limina del pasado año–. Y le brilla en los ojillos la disponibilidad a colaborar con un Pontífice con el que se siente muy identificado. Quiere ayudarle –y se le nota mucho– a acercar a toda la Iglesia el horizonte de futuro en que se ha empeñado Bergoglio.
Ricardo Blázquez tampoco esperó ser un día el obispo que descabalgó al cardenal Rouco de un omnipotente tercer trienio. Fue ese carácter austero, de no aspirar más que a servir, lo que despertó la curiosidad primero y estima después de un grupo de hermanos que le propuso para sacrificarse. Se inmoló en aras de la comunión, queriendo ser un bálsamo, ofreciendo colegialidad, caminando a la par que otros pastores. No todos creyeron que ese era el momento para esa actitud, pero haber intuido otra cosa era no conocer a la persona.
Pero sí resultó ser un eficaz antinflamatorio que rebajó la hinchazón con las autoridades y descongestionó el espíritu atribulado de no pocos grupos cristianos. La evidencia caía por su propio peso. Si la palabra talante ha vuelto a recuperar su dignidad, se le puede aplicar a este abulense como una de sus grandes cualidades. Era un pastor al estilo del Evangelio antes de que decidiésemos etiquetarlos con un “made in Francisco”. Volvieron a verlo sus hermanos, con mayor claridad, hace casi un año, cuando se lo reconocieron con un segundo mandato al frente de la Conferencia Episcopal. Ahora Francisco, como hiciera con Fernando Sebastián, rompe los pronósticos y le señala con el dedo. Cuando se le pase el rubor congénito de aquellos que no quieren destacar por no ofender al vecino, se volverá a apreciar que este hombre no tiene más estrategia que la evidencia de ser, fundamentalmente, bueno.
En el nº 2.924 de Vida Nueva
MÁS DE ESTE AUTOR:
- OPINIÓN: Los imitadores de Francisco
- OPINIÓN: Deconstruyendo al ministro devoto
- OPINIÓN: ¿De qué se extraña Pablo Iglesias?
- OPINIÓN: Bajo el lodazal de los ‘Romanones’
- OPINIÓN: Francisco levanta las alfombras
- OPINIÓN: Los obispos quieren hincarle el diente a la crisis
- OPINIÓN: A la Iglesia le crecen las sectas
- OPINIÓN: El antivirus misionero