El prestigio supremo de ciudadano contemporáneo te lo otorga sin duda el padecimiento de Commedia dell’ Arte, siempre que exista constancia de ello y puedas enjugar tus lágrimas delante de una audiencia del infortunio. Yo he crecido en una provincia de secano donde la desgracia no solía trascender los visillos, y se compartía entre allegados a media voz. Tan arraigado llevo ese pudor sentimental que pasé años callada mientras el vilipendio al que me sometían en el colegio se acrecentaba, convencida de que, si abría la caja de Pandora, parecería una endeble plañidera. Aún no sé si fue acierto o idiotez, pero por ello me resulta tan ajeno exhibir la condición de repudiado como si fueras Dreyfus.
Soy testigo en redes sociales y en medios de un campeonato de colección de escarnios. Unos recibieron más escupitajos y contemplaron más gestos de la higa que sus oponentes, los caimacones del Movimiento LGTBI, y otros se vieron insultados por la presencia en Madrid de los que ya son los grandes traidores al compromiso con la libertad sexual en los círculos que tienen más de rojo que de multicolor. Según muchos de ellos, habría habido derecho hasta a arrojarles vómito.
Una alocada noria
Seguir aceptando que hay rejas imposibles de derribar entre una persona no hetero y la derecha política es tan absurdo como pedir que dejen de ser gays. Si su condición sexual no se diseña a placer, aquellas ideas madre que reposan en su cerebro tampoco. Si nunca se aceptará su presencia en importantes actos de la comunidad, como denuncian gays ajenos a la izquierda o incluso firmemente conservadores desde hace unos años dondequiera que uno busque, la noria del enfrentamiento no va a cesar en su trayectoria fatal. Si un gay espeta a otro del PP que Alianza Popular tiene determinados orígenes y siempre ha albergado a homófobos en su platea, este puede recordarle que la izquierda histórica no tiene mejor expediente y que en cualquier reunión de amigos encuentras a socialistas y comunistas devotos utilizando palabras malsonantes referentes a los homosexuales en cuanto deja de haber aparatos tecnológicos en las inmediaciones. Yo soy testigo.
Todos podemos alegar que medio mundo nos provoca pruritos cuando estornuda, sonríe o hurga en su nariz. Todos encontramos en una entidad colectiva (por eso son peligrosas) ingredientes para desear su inexistencia. “Los ateos” no me ofenden; me ofenden los ateos con nombre propio que me han zaherido. Nuestros abuelos soportaron que unos sembradores de inquina y aversión decidieran que España enarbolaría una hoz o un yugo. Pero no fueron ellos los que dieron vida al cuadro de Goya del duelo a garrotazos. Fue su carnada útil. Nunca se tortura ni se apuñala en los despachos con mobiliario noble.
Inoportunos justicieros
Marta Rivera, escritora notable, bella persona y diputada de Ciudadanos, fue la que soportó en el Orgullo el hedor de la podredumbre con aires vengativos de conde de Montecristo nudista. No fueron las altas instancias que trazaron el partido pensando en sustituir al PP decrépito. Tampoco los gays que realmente sufren en familias recelosas que son mazmorras osarían imitar lo que han aguantado ellos. Los reyes de la flema voladora y del dicterio con altavoz son los menos indicados para hacer de justiciero.
Que lo paren antes de enredar más la zarza. Porque, como admite amargamente la militar soviética judía que a Charlotte, de ‘Hijos del Tercer Reich’, salva de ser forzada por sus tropas aun cuando la diligente muchacha alemana delató su credo a las SS, si no impide que la violen como castigo por su pecado, el tornado de pagos y tributos no cesará jamás y “siempre seguiremos así”.