Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

Brígida de Suecia: incansable por hacer posible la paz


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Al acercarnos al final del año y contemplar el panorama poco esperanzador que presentan los muchos conflictos armados de nuestro mundo, quiero recordar a una mujer que vivió trabajando por la paz, no sólo con palabras sino con hechos. Declarada una de las tres patronas de Europa -Catalina de Siena, Edith Stein y Brígida de Suecia- tiene la particularidad de haber sido la única esposa y madre de las tres.



Aunque fundó una orden religiosa y la gobernó con mano prudente, Brígida de Suecia no entró en ella al fundarla sino que quiso permanecer laica y vivir como tal prácticamente hasta el final de sus días, lo que confiere un valor especial a su patronazgo. En efecto, fue su vida laical la que la llevó a ser reconocida como una de las mujeres fundamentales en la historia de nuestra Europa, no sus últimos momentos en una profesión religiosa que no caracteriza sus muchos años anteriores. Es algo que no ocurre con los demás patronos del viejo continente y si bien algunos prefieren presentarla como monja por ese enganche final -in extremis- a la vida que entonces se consideraba más perfecta, no olvidemos que fue solamente eso, un enganche final.

Cautiverio babilónico

Además de una vida apasionante, la historia de la Iglesia debe en buena parte a esta intrépida mujer la normalización de aquella situación irregular y escandalosa que fue el papado de Avignon, esto es  el traslado de la sede papal del obispo de Roma a dicha ciudad francesa de 1309 a 1377. El gran Petrarca lo llamó “cautiverio babilónico” del papado y más tarde, para distinguir mejor el cautiverio judío original del papal, el término cambió a “cautiverio aviñonés”; y en el Purgatorio de ‘La Divina Comedia’, Dante presentará a la Iglesia de este tiempo alegorizada por un carro en el que está montada una prostituta (la corrupta Curia papal). La meretriz aparece teniendo una aventura con un gigante (el rey francés Felipe el Hermoso), quien luego la apuñala y se lleva el carro con él al bosque (es decir, traslada la sede papal a Aviñón).

Brígida (o Birgitta) Birgersdotter nació en junio de 1303 en el castillo de Finsta, cerca de Upsala, en Suecia. Su padre, Birgen Persson, era “lagman”, es decir, juez y gobernador de la región de Upplan. Su madre, Ingeborga, también era de ascendencia noble. De hecho, Brígida pertenecía al noble linaje de los Folkung y descendía del rey cristiano Sverker I. Tenía otros seis hermanos y hermanas, recibió el nombre de Brígida, en honor de la santa abadesa irlandesa del mismo nombre, de la que sus padres eran devotos.

Santa Brígida de Suecia

Santa Brígida de Suecia

Una visión del diablo

Tras la muerte de su madre, a los doce años fue enviada a casa de su tía Catalina Bengtsdotter para completar su educación. En casa de su tía, Brígida pasó dos años, donde aprendió los modales de las familias nobles, la escritura y el arte del bordado. Ciertos fenómenos, como una visión del diablo en forma de monstruo con cien pies y cien manos, se remontan a esta época.

A los catorce años, según las costumbres de la época, su padre la envió a casarse con el joven Ulf Gudmarsson, hijo del gobernador de Västergötland. En realidad, a Brígida le hubiera gustado consagrarse a Dios, pero vio en la disposición de su padre la voluntad de Dios y aceptó tranquilamente. La boda se celebró en septiembre de 1316, su nuevo hogar fue el castillo de Ulfasa, cerca de las orillas del lago Boren. El joven novio, a pesar de que su nombre significaba “lobo”, demostró ser en cambio un hombre manso, deseoso de llevar una vida acorde con las enseñanzas del Evangelio.  Según escribió y contó su hija Catalina (Karin en sueco) en su proceso de canonización, la pareja vivió como hermanos durante dos años y se hicieron terciarios franciscanos; sólo tres años después de la boda nació su primera hija. En veinte años, Brígida dio a luz a ocho hijos, cuatro varones (Karl, Birger, Bengt y Gudmar) y cuatro hijas (Marta, Karin, Ingeborga y Cecilia).

Beneficioso ambiente

En 1330, Ulf fue nombrado “lagman” de Nericia (Närke en sueco). Detrás de este nombramiento estaba todo el esfuerzo de Brígida, que le había enseñado a leer y escribir. Ulf, aprovechando el impulso cultural de su esposa, también había profundizado en el estudio del derecho, lo que le valió este cargo. Durante veinte años, Ulfasa fue el centro de la vida de Brígida y toda la provincia de Ostergötland se convirtió en su mundo.

Su papel no era sólo el protocolario de princesa de Nericia -sin hacer gala de ningún alarde, era una excelente anfitriona-, dirigía al personal a su servicio y, mezclada con sus miembros, realizaba las diversas tareas domésticas, estableciendo un beneficioso ambiente familiar. Se dedicó especialmente a los pobres y a las niñas, proporcionándoles un alojamiento honrado para que no cayeran en la prostitución. También hizo construir un pequeño hospital, al que acudía todos los días para asistir a los enfermos, lavándoles y remendándoles la ropa.

En 1335, el rey Magnus II de Suecia se casó con Blanche de Dampierre, hija de Juan I, conde de Namur. Brígida, que era prima lejana del soberano, fue invitada a fijar su residencia en la corte para ayudar a la joven reina. Confiando dos hijas y un hijo a monasterios cistercienses, abandonó temporalmente su hogar en Ulfasa y se trasladó a Estocolmo, llevando consigo a su hijo menor, que aún necesitaba los cuidados de su madre.

Por la unidad de Europa

Desde muy joven Brígida tuvo la intención de trabajar por la unidad de Europa, porque en aquella época estaba la Guerra de los Cien Años (1337-1453), entre Francia e Inglaterra. Ella, estando en Estocolmo en la corte, como dama de la reina, tuvo la oportunidad de ver de primera mano estas dificultades, la desunión que existía en Europa y pudo ejercer gran influencia sobre los jóvenes gobernantes, que dotaron a Suecia de buenas leyes, abolieron el derecho real de robo sobre todos los bienes de los náufragos y suavizaron los impuestos.

Al menos hasta que la vida en la corte se volvió extremadamente mundana, ya que la reina se involucró en la frivolidad de su marido y Brígida se encontró marginada; mientras tanto, en 1338, su hijo Gudmar había muerto. Sin romper relaciones con los gobernantes, abandonó la corte y regresó al castillo de Ulfasa. Más tarde, ella y su marido peregrinaron a Nídaros para venerar las reliquias de San Olaf Haraldsson, patrón de Escandinavia.

Cuando la pareja celebró sus bodas de plata en 1341, peregrinaron a Santiago de Compostela, a la vuelta, Ulf se salvó milagrosamente de una muerte segura. Reconociendo el hecho como un prodigio, él y Brígida, que habían reanudado la vida en castidad, tomaron la decisión de abrazar la vida religiosa: era una eventualidad aceptada en aquellos tiempos, experimentada por varios santos, pero que solamente llegó a realizar Ulf que a su regreso, fue recibido en el monasterio cisterciense de Alvastra, donde murió el 12 de febrero de 1344, asistido por su esposa. Brígida, a su vez, decidió trasladarse a un edificio anexo al monasterio de Alvastra, donde permaneció casi tres años, hasta 1346.

Las revelaciones

Tras un periodo de austeridad y meditación sobre los misterios divinos de la pasión del Señor y los dolores y glorias de la Virgen, Brígida comenzó a tener visiones de Cristo. Durante estas conversaciones, se sintió elegida “su esposa” y “mensajera del gran Señor”, sintiendo el impulso de trabajar por el bien de su país, de Europa y de la Iglesia. A sus directores espirituales, como el padre Matías, Brígida dictó sus famosas “Revelaciones”, fruto de las intuiciones recibidas, que más tarde se recogieron en ocho volúmenes.

Brígida no sólo regresó a Estocolmo para llevar personalmente al rey y a la reina lo que, según ella, eran “las advertencias del Señor”, sino que también envió cartas y mensajes a los soberanos de Francia e Inglaterra para poner fin a la interminable “Guerra de los Cien Años” (1339-1453). Sus mensajeros fueron monseñor Hemming, obispo de Abo en Finlandia, y el monje Pedro Olavo de Alvastra. Otro monje del mismo nombre se convirtió en su secretario. También instó al papa Clemente VI a corregir algunas faltas graves, a proclamar el Jubileo de 1350 y a devolver la sede papal de Aviñón a Roma.

En la soledad de Alvastra, concibió también la idea de dar a la Iglesia una nueva orden religiosa. Debía estar compuesta por monasterios “dobles”, es decir, habitados por religiosos y monjas, estrictamente divididos: el único punto de encuentro sería la iglesia del monasterio, para la oración en común. Todos habrían tenido un confesor general y la guía de una única abadesa, que representaría a la Santísima Virgen: se habría recreado así la Iglesia primitiva, reunida en el Cenáculo en torno a María. Habiendo obtenido del rey, el 1 de mayo de 1346, el castillo de Vadstena, con sus tierras y donaciones, Brígida inició las obras de renovación, que duraron muchos años.

Fuerza interior

Sin embargo, el Papa Clemente VI no concedió el permiso para la nueva Orden: un decreto del Concilio Ecuménico de Letrán de 1215, de hecho, prohibía la fundación de nuevas Órdenes religiosas. Brígida actuó y habló entonces con una fuerza interior increíble: condenó públicamente la corrupción de Clemente VI, y lo describió como ya putrefacto, aunque todavía estuviese vivo. En una de sus revelaciones, le dice Jesús: “la soberbia sustituye a la humildad, la obstinación a la obediencia, el afán de riqueza a la justicia, la ira y la malicia a la misericordia, mientras que los que la ocupan [el Papa] no aspiran a otra cosa que a ser llamados sabios y maestros según los criterios humanos”.

Por lo tanto, ya en el otoño de 1349, Brígida fue a Roma, no sólo para el Año Santo de 1350, sino también para instar al Papa, cuando regresara a Roma, a que diera su aprobación. Pero sólo en 1370 el papa Urbano V aprobaría la Orden del Santo Salvador, como se la llamó. Se estableció que cada comunidad doble debía constar de ochenta y cinco miembros, de los cuales sesenta eran monjas y veinticinco religiosos.

Decadencia urbana

Pero volvamos a la llegada de Brígida a Roma junto con su confesor, el secretario Pietro Magnus y el sacerdote Gudmaro di Federico. Permaneció brevemente en el hospicio de peregrinos de Castel Sant’Angelo y después fue alojada en el palacio del cardenal Hugh Roger de Beaufort, hermano del Papa. Su primera impresión de Roma no fue buena, ni mejoró después: en sus escritos, la describió como una ciudad poblada de sapos y víboras, con las calles llenas de barro y maleza. El clero parecía codicioso, inmoral y descuidado. Sintió mucho la larga ausencia del Papa, por lo que le describió la decadencia de la ciudad en sus cartas, instándole a regresar a su sede, sin conseguirlo. Su sueño era ver a Europa unida y en paz, gobernada por el emperador y guiada espiritualmente por el Papa.

Al cabo de cuatro años, se trasladó a una casa que le facilitó una noble romana, Francesca Papazzurri, en la Piazza Farnese, cerca de Campo de’ Fiori: Roma se convirtió así en el segundo hogar de Brígida. Desde la residencia de Campo de’ Fiori, donde vivió hasta su muerte, envió cartas al Papa, a la familia real sueca, a las reinas de Nápoles y Chipre y, por supuesto, a sus hijos e hijas que habían permanecido en Vadstena.

Conversión radical

Peregrina incansable, desde Roma visitó varios santuarios del centro y sur de Italia: visitó Asís, Ortona, Benevento, Salerno, Amalfi, el Gargano, Bari. En 1365, Brígida fue a Nápoles, donde fue autora e inspiradora de una misión de rehabilitación moral, bien recibida por el obispo y por la reina Juana que, siguiendo sus consejos, llevó a cabo una conversión radical en sus costumbres y en las de la corte. Brígida se hizo cargo también de la famosa abadía imperial de Farfa, en Sabina, cerca de Roma, donde el abad con los monjes “amaba más las armas que el claustro”, pero su mensaje de reforma no fue escuchado por ellos.

Estando aún en Farfa, se le unió su hija Caterina, que había enviudado en 1350: desde entonces permaneció siempre a su lado, compartiendo plenamente su ideal. De vuelta a Roma, Brígida continuó haciendo llamamientos a los altos cargos y al propio pueblo romano para que llevaran una vida más cristiana. Por ello recibió duras acusaciones, hasta el punto de ser llamada “la bruja del norte” y quedar reducida a la extrema pobreza. Ella, que había sido princesa de Nericia, se vio obligada a mendigar a las puertas de las iglesias para mantenerse a sí misma y a los que la acompañaban.

En 1367, sus plegarias parecieron hacerse realidad: el Papa Urbano V regresó de Aviñón. Sin embargo, su estancia en Roma fue breve, pues asustado por la situación de la ciudad, en 1370 partió hacia Francia. Brígida le había pronosticado una muerte prematura si lo hacía y, de hecho, nada más llegar a Aviñón, el 24 de septiembre de 1370, murió el Papa. “La predicción de Brígida”, escribe el historiador Lodovico Gatto,  “se había hecho así realidad y parece que Urbano V, en su lecho de muerte, impresionado por la sorprendente coincidencia, juró, pero en vano, volver a tierra italiana en caso de recuperarse“.

Santa Brígida de Suecia

Santa Brígida de Suecia

El trono papal

En una de las revelaciones, la Virgen María habría dicho a Brígida sobre el Papa Urbano: “Me da la espalda, no me mira y finge alejarse de mí, guiado como está por los engaños del espíritu del mal. En verdad, las obras divinas le repugnan y disfruta del bienestar material. Además, el Diablo le atrae hacia los placeres mundanos… [pero] dará cuenta a Dios: de lo que ha hecho en el trono papal y de lo que ha omitido”.

Durante su breve estancia en Roma, Urbano V concedió la ansiada aprobación de la Orden del Santo Salvador y Catalina de Suecia se convirtió en su primera Superiora General. Brígida continuó su presión epistolar, a veces encendida, ahora con el nuevo pontífice Gregorio XI, que ya la conocía, para que devolviera el papado a Roma, pero ni siquiera él, aunque impresionado por sus palabras, tuvo el valor de hacerlo.

Beneficiosa reforma

Pero Brígida, ya septuagenaria, se acercaba al final. La acompañaban el obispo ermitaño Alfonso de Jaén, custodio de sus “Revelaciones” escritas (muchas de las cuales permanecieron secretas), los dos sacerdotes Pietro Olavo, Pietro Magnus, sus hijos Catalina, Birger y Karl y otras cuatro personas: doce peregrinos en total. Hacia finales de 1371, el grupo partió de Roma hacia Nápoles, donde pasaron el invierno. Cerca de la partida, en marzo de 1372, Brígida vio morir de peste a su hijo Karl, pero no quiso cancelar el viaje. Tras rezar por él y disponer su entierro, se embarcó hacia Chipre, donde fue acogida por la reina Leonor de Aragón, que aprovechó su paso para llevar a cabo una beneficiosa reforma en su reino. En mayo de 1372 llegó a Jerusalén, donde en cuatro meses pudo visitar y meditar en los lugares de la vida terrena de Jesús, y regresó a Roma con el corazón lleno de recuerdos y emociones. Inmediatamente envió a Aviñón al obispo Alfonso de Jaén con otro mensaje para el Papa, instándole a regresar a la sede romana.

En Jerusalén, Brígida contrajo una enfermedad, que en fases alternas fue empeorando. Junto a ella estaba su hija Catalina, a quien había confiado la Orden del Santísimo Salvador. En su habitación se celebraba la Eucaristía todos los días. Antes de morir, recibió el velo de monja de la Orden que había fundado y, el 23 de julio de 1373, puso fin a su vida terrena. Lo único que lamentó fue no haber visto al Papa regresar definitivamente a Roma, esto sucedió poco más de tres años después, el 17 de enero de 1377, por medio de Catalina de Siena (canonizada en 1461); también ella envió súplicas, advertencias privadas y públicas, cartas a los papas de la época, invitándoles a la humildad, a escuchar los buenos consejos, a no elegir malos cardenales, a no dar escándalo con arrebatos de ira y faltas de misericordia.

Autenticidad global

El cuerpo de Brígida fue compuesto en un sarcófago romano de mármol y colocado detrás de la verja de hierro de la iglesia de San Lorenzo in Damaso. El 2 de diciembre de 1373, sus hijos Birger y Catherine partieron de Roma hacia Vadstena, llevando consigo el ataúd con el cuerpo, que fue enterrado en el monasterio sueco original el 4 de julio de 1374. Quedaron en Roma algunas reliquias, que aún se conservan en la iglesia de San Lorenzo in Panisperna y por las Clarisas de San Martino ai Monti. Su hija Catalina y sus discípulos se ocuparon de su culto y de la causa de canonización. Brígida de Suecia fue proclamada santa el 7 de octubre de 1391 por el Papa Bonifacio IX.

Con el Motu proprio Spes aedificandi del 1 de octubre de 1999, el Papa Juan Pablo II la proclamó patrona de Europa, junto con Santa Teresa Benedicta de la Cruz y Santa Catalina de Siena. En dicha ocasión el pontífice recordó que “la Iglesia, aunque no se pronuncia sobre las revelaciones individuales, ha aceptado la autenticidad global de su experiencia interior” y añadió después: “El poder de la profecía se hace sentir en Brígida. (…) Habla con confianza a príncipes y pontífices, revelando los planes de Dios para los acontecimientos históricos”. Patrona de Suecia desde el 1 de octubre de 1891, siempre ha sido objeto de especial veneración en Nápoles, a la que tanto bien hizo, y donde se le ha dedicado una iglesia y una calle en el centro de la ciudad.