¡Esto hay que celebrarlo! Es el grito que me sale del alma ante la Semana Santa que se nos echa encima. Hay demasiado “viernes santo” en nuestra vida como para que solo hagamos hincapié en la angustia, el sufrimiento y la muerte, sin lanzar nuestra mirada al horizonte de la resurrección y la Vida, con mayúsculas. Todo es amor y todo se hace por amor. Mantenernos en la traición, el abandono y en el pecado, es que aún no hemos conocido o seguimos sin asumir la maravillosa entrega de Cristo, por nosotros y por nuestra salvación.
Al ritmo acompasado de los tambores renovemos nuestra vida en este tiempo de celebraciones intensas, de procesiones pausadas, de recuerdos y relatos de personas queridas, de caminos recorridos, de cofradías y hermandades, de aromas de incienso y velas desgastadas, de trajes penitenciales vueltos a airear, de silencios y peticiones, de oraciones a conciencia, de conversiones confesadas, de la entrega de Cristo, del miedo de sus apóstoles y de la fidelidad de María, la madre. Todo es testimonio de una fe profunda o de búsquedas de lo eterno.
Rebusquemos en la memoria, en los recuerdos de la infancia, en los caminos recorridos de la adolescencia o de la juventud, aunque estemos más lejos de lo que quisiéramos. Contemplemos los acontecimientos con una mirada profunda, más allá de lo que exteriormente vemos en esa belleza estética que acompaña a nuestras procesiones o a los altares que adornamos para vivir la noche del Jueves Santo.
Esta semana, que llamamos Santa, es el comienzo del renacer, de resurgir de la oscuridad y de la muerte. La primavera, los almendros en flor nos están hablando de ello. Nuestra vida durante el pasado año, de resurrección a resurrección, se va cargando de sombras, oscuridades, penumbras (por qué no decirlo, y de pecados), que necesitamos abandonar en este camino, aunque sea de sufrimiento, hacia la claridad. En Cristo somos Hijos de la Luz. Que magnífica oportunidad para comenzar de nuevo.
Siempre nos ha costado nacer, aunque no lo recordemos, pero ¿y morir? Durante esta semana buscamos resurgir, como Cristo, de las tinieblas de la muerte. En estos días acompañaremos a todas aquellas personas que siguieron, aunque sea de lejos, aquel camino de la cruz y de la resurrección. Cada uno de nosotros somos uno de ellos: con pasión, con cobardía, con fidelidad, con dudas, con amor, con desprecio, con desolación, con indiferencia, con odio, con ternura, … hay muchos pasos que dar y mucha conversión del corazón. ¡Feliz triduo pascual! ¡Ánimo y adelante!