“Papi”, me decía mi hijo la otra mañana de camino al cole, “cuando me convierta en dragón voy a echar mi aliento de fuego para que no haga tanto frío en la calle”.
“Pero hijo”, decía yo como respuesta, “si lanzas aliento de fuego se quemaría todo: coches, casas, personas…”.
“Claro, papi”, añadió él de inmediato, ”pero es que yo echaría mi aliento a fuego lento, solo para calentar”.
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A fuego lento
Como ya he dicho en otras entradas anteriores, me sigue asombrando la extraordinaria capacidad infantil de dar por zanjado un determinado razonamiento complejo aportando cierta solución en apariencia sencilla.
A las nueve de la mañana, con un frío que pelaba y tratando de coordinar nuestro avance para no llegar tarde (ni tampoco pronto), poco podía yo imaginar que el aliento de dragón a fuego lento fuera la solución más adecuada para amortiguar los efectos térmicos del temporal que estábamos atravesando en buena parte de la geografía nacional.
Y, sin embargo, tiene su lógica.
Dale caña
El salmo 83 (82), eleva una petición a Dios para que extermine a ciertos enemigos que acechan al redactor y el grupo al que pertenece. Quien escribe el texto no le ruega a Dios “dales un toque que se están pasando tres pueblos”; qué va. Los versículos catorce al diecinueve son peticiones muy concretas para que los enemigos sufran, para que se desate sobre ellos una serie de tormentos que solo la diestra de Dios puede aplicar con contundencia.
De fuego lento nada de nada. A triple potencia o más: “Dios mío, trátalos como un torbellino, como paja llevada por el viento; como incendio que arrasa con el bosque, como fuego que corre por los montes” (Sal 83, 14-15).
¿Cómo habría sido redactado ese salmo de haber existido recursos tecnológicos y de comunicación similares a los de la época actual?
Quizás Asaf, por nombrar a quien la tradición ha transmitido, habría hecho hincapié en que las potencias extranjeras querían cancelar y cerrar su cuenta en la red social que usaba; tal vez el cántico iría en la línea de que los clanes de Edom y los filisteos censuraban sus tuits; o, permitiéndome imaginar, el salmista podría invitar a sus seguidores a cambiar de red social para poder gritar en libertad y denunciar a los pecadores contra él y su pueblo.
Qué se yo.
Echando un vistazo a las tendencias mundiales de crispación diríase que hay salmistas por doquier, que el versículo 4 del número 83 acecha en cada rincón, cada mirada o cada susurro: “Traman un complot contra tu pueblo, conspiran contra tus protegidos”.
Las campañas de marketing que buscaban la viralización de contenidos y titulares se han instalado profundamente en la comunicación colectiva: “No vas a creer esto”, “lo que no quieren que sepas”, “nos lo ocultan”, “te están engañando”, etc.
Todo es mentira, todo correcto al mismo tiempo; las monodosis de certidumbre se dispensan en furgonetas aparcadas en barriadas marginales, para que la angustia de la abstinencia por la falta de certezas no haga la realidad insoportable.
Millones de salmistas enfurecidos claman a su propio dios para que aplique venganza contra quienes habitan en la acera contraria. “Trata a sus príncipes como a Oreb y a Zeeb, y como a Zebaj y Salmana a sus capitanes” (v. 12).
“Acaba con mis enemigos, concretamente con ese, esta y aquel, que viven en el pórtico seis de la calle Inventada”. La humanidad ha desarrollado un amor desmedido por el detalle cuando se trata de señalar la falta, pero también una suerte de glaucoma a la hora de mirar hacia las causas comunes de nuestra desunión. Aquí nadie tiene la culpa de nada. Hablar en sí mismo de culpabilidad, siquiera de responsabilidad, es algo deleznable; terrible. ¿Quién te crees que eres, mi supervisor, mi dueño, mi carcelero?
“¡Seguidores míos! Os conmino a que nos mudemos juntos a esta otra red social donde podremos despotricar contra los apestosos que nos censuran”.
Qué lástima de salmistas estamos hechos.
El diecisiete es la clave
Como decía, esta millonada de pretendidos salmistas (en redes sociales, prensa tradicional, informativos o programas de entretenimiento) elevan la voz para gritar en contra de sus enemigos; ninguna calamidad que les aguarde a estos últimos es suficiente; siempre se puede golpear un poco más, toda artimaña es bien recibida si contribuye a aumentar el dolor de quien me ha soliviantado.
Pero hay un aspecto que no se está teniendo en cuenta.
El salmo 83 (82), aun con las duras palabras de sus versículos 10 y 11, no se queda con el regocijo frente al sufrimiento ajeno. En el versículo 17, el autor del salmo le pide a Dios un castigo muy concreto para sus contrincantes: que sientan vergüenza por haberse alejado de Dios.
Tal vez necesitamos más versículos del 17 y menos del 10 en estos tiempos tan revueltos. O quizás mis análisis son infantiles y dejan de lado las complejas relaciones socioeconómicas en la esfera política globalizada, empapadas de conspiraciones corporativas a diferentes niveles y discursos de crispación generados para sustentar intereses privados. Hasta puede que mis conocimientos, dispersos y escasos, no sean suficientes para entender qué es lo que ocurre a mi alrededor.
Sea como fuere, te prometo que el aliento de mi boca saldrá a fuego lento para que no te quemes, quejas incluidas.