Caminar Juntos, Comunión Universal, el Camino Sinodal


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Nada nuevo hay en la Viña del Señor. De tiempo en tiempo comprobamos en el corazón de la historia de nuestras vidas algunas semejanzas con las de otros seres humanos que están vivos o que nos precedieron.



Con este enfoque pudiera probarse quizás el parecer, o punto de vista, que pretende explicar la vida humana con la tesis del desarrollo pasado, presente y futuro basado en los movimientos de la espiral y sus paralelismos.

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Caminar Juntos en la Iglesia es un concepto, una práctica a la vez y un criterio, que ha estado presente desde los mismos orígenes del Cristianismo. Lo hallamos frecuentemente en los Evangelios y en las Cartas de los Apóstoles.

Desde entonces, y en estos tiempos modernos y post modernos, a pesar de tantos aparatos electrónicos de noticias instantáneas, el aislamiento y el individualismo producen una especie de soledad y vacío existencial por las carencias de solidaridad y caridad.

Un sacerdote que influyó mucho con sus numerosas obras literarias divulgadas en la mitad del siglo XX, Ignace Lepp, afirmaba: “Si se interroga al sociólogo, responderá que nunca el hombre ha estado menos solo en nuestros días”.

Caminar juntos

El Papa Francisco ha relanzado el mensaje de la salvación de la humanidad basado en el convencimiento que tenemos los Cristianos de que solamente el amor, la caridad, la solidaridad y la comunión nos salva. Ha insistido Su Santidad en actuar juntos, en transitar un camino acompañados. Ésa es y siempre ha sido la enseñanza de la Iglesia, caminar juntos, el Camino Sinodal, y qué bueno ha sido que antes y siempre el Papa haya insistido en sus encíclicas sobre estas enseñanzas milenarias.

Detengámonos ahora en la soledad que refiere y estudia magistralmente Ignace Lepp en su libro “La comunicación de las existencias”(Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1964). No es del todo mala la soledad, ya que como explica este sacerdote: “Negar al hombre los beneficios de la soledad y ahogarlo en la masa anónima es el crimen imperdonable de algunas formas de colectivismo”. Yo añadiría también a ciertos intentos de “uniformalismos” que pretenden imponerse en esta época desconociendo las raíces y costumbres culturales de tantos pueblos y naciones que habitan la tierra.

Siguiendo a Lepp, la incomprensión y el sufrimiento son dos sentimientos de la soledad, y la angustia y el abandono son estados de ánimo que genera la soledad, y es a partir de esta realidad existencial de las personas que tiene mayor validez el concepto de caminar y apoyarnos juntos, en el Camino Sinodal.

Una Iglesia en camino sinodal

Es caminar juntos reconociendo la interioridad y la espiritualidad del ser humano, pero sabiendo que: “Ningún ser particular puede realizar su destino personal si no lo hace conjuntamente con otros seres espirituales, en el interior de un Todo del que cada uno forma parte”, escribió Lepp en su libro mencionado anteriormente. Así dejamos de apreciar como competidores, adversarios y obstáculos a los demás que pudieran acompañarnos.

Cada persona consciente, sin renunciar a su conciencia de ser lo que es como ser humano, unida a otras contribuirá entonces a formar el Nosotros del Camino Sinodal en la Iglesia.

Papa Francisco ha renovado las luces, ha iluminado este camino con sus encíclicas “Predicando el Evangelio”, “Te Alabamos Señor” y “Todos Somos Hermanos”.

El Caminar Juntos debe conducirnos a la fraternidad de una comunión universal en armonía no sólo entre los seres humanos, sino también con la naturaleza. Tantos problemas medioambientales así lo reclaman.

En comunión perfecta con Dios

Como dijera el Papa emérito Benedicto XVI en el Angelus, día de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 2006:“Mientras salimos al encuentro de Dios que viene, miramos a María “que brilla como signo de esperanza y de consuelo para el pueblo de Dios en camino” (Lumen Gentium, 68).

Casi al concluir este escrito citamos nuevamente a Ignace Lepp: “San Pablo es también categórico y afirma sin ambages la solidaridad profunda, solidaridad metafísica como la que concibe (Henri) Bergson, entre el hombre y el resto de la creación. La naturaleza entera, escribe, gime bajo el peso del pecado del primer hombre, y Cristo ha venido a salvar no solamente al hombre sino también a la naturaleza. Ahora bien, la salvación, dentro de la perspectiva cristiana, comporta una comunión perfecta con Dios, y en Él con todos los salvados, por consiguiente también con la naturaleza. Y cómo la Ciudad de Dios debe incoarse durante la fase terrestre de la existencia, nuestra comunión con la naturaleza no debe considerarse un acontecimiento puramente escatológico”.

Me permito finalizar por ahora citando el Cántico de las Criaturas de Francisco de Asís:

“Alabado seas, mi Señor, en todas tus

criaturas, especialmente en el Señor

hermano sol, por quien nos das el día y

nos iluminas.

Y es bello y radiante con

gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva

significación.

Alabado seas, mi Señor.

por la hermana luna y las estrellas, en el

cielo las formaste claras y preciosas y

bellas.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano

vento y por el aire y la nube y el cielo

sereno y todo tempo, por todos ellos a

tus criaturas das sustento.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano

fuego, por el cual iluminas la noche,

y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.

Alabado seas, mi Señor,

por la hermana nuestra madre tierra,

la cual nos sostiene y gobierna

y produce diversos frutos con coloridas

flores y hierbas.”


Por  Víctor Manuel Grimaldi Céspedes. Embajador de la República Dominicana ante la Santa Sede 2009-2020 y miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos