Camino sinodal: un sendero estrecho y exigente


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En una carta dirigida a la Iglesia que peregrina en Alemania, el papa Francisco señala –una vez más– que para superar los diversos desafíos que afronta la Iglesia es necesario recorrer el camino sinodal. Desde los primeros tiempos de la vida de la Iglesia la fórmula para sobreponerse las dificultades es la misma: reunirse en torno a los Apóstoles e invocar al Espíritu Santo.

En este caso, el Papa se dirige a las comunidades alemanas pero está claro que el alcance de sus palabras va más allá. En muchos sitios, la vida de la Iglesia atraviesa momentos difíciles debido a lo que Francisco denomina una “fuerte tendencia a la fragmentación y polarización”. La situación en Alemania reviste una especial gravedad en estos tiempos, pero no es solo allí que se observan fuertes tensiones por “particularismos y tendencias ideológicas”. Sin embargo, más allá de las diferentes situaciones, el camino en el que insiste el Papa sigue siendo el mismo: es necesario “caminar juntos”, reflexionar en profundidad, acercarse a los pobres, escuchar la fe del pueblo de Dios y avanzar hacia una “conversión pastoral”.

Este camino sinodal, si bien es tan antiguo como la historia misma de la Iglesia, ha sido retomado hace relativamente poco, a partir del Concilio Vaticano II. En especial en este último tiempo, ya durante el pontificado del Papa Francisco, esta manera de enfrentar las dificultades y avanzar en la transformación de la Iglesia ha sido restablecida con fuerza.

Podemos preguntarnos entonces de qué manera se han superado las dificultades en los últimos siglos en los que el recurso de la realización de sínodos fue dejado de lado. La respuesta es simple: al menos en la Iglesia Romana los conflictos se fueron canalizando y superando a través de la intervención de la autoridad, no a través del camino compartido.

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Quizás sea útil hacer una comparación. Si en una familia existen conflictos entre hermanos, la madre o el padre pueden solucionarlos con un par de frases utilizando su autoridad, o pueden reunir a los hermanos e invitarlos a que expresen sus diferencias. Es probable que en un primer momento las tensiones aumenten y se multipliquen. Aparecerán reclamos, saldrán a la luz rivalidades, envidias, celos y muchas otras realidades que permanecían ocultas ante una primera mirada sobre lo que estaba ocurriendo. Este camino permitirá expresar lo que no estaba dicho, pondrá de manifiesto las verdaderas causas. Es un camino que facilitará una curación de los vínculos mucho más profunda y auténtica que la que se lograría con el mero ejercicio de la autoridad.

Cuando en la Iglesia, madre y maestra como la llamaba san Juan XXIII, se nos invita a “caminar juntos”, a recorrer el camino sinodal, no se nos está invitando al camino fácil sino a recorrer ese sendero estrecho del que se nos habla en el Evangelio de Mateo “entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.” (Mt 7, 13-14)

La nostalgia de los autoritarismos

Mientras hablamos de libertad y exaltamos la necesidad de la participación y el compromiso personal, curiosamente, por otra parte, parece que añoramos los tiempos en los que la autoridad solucionaba los conflictos sin tantas idas y vueltas. ¿Acaso queremos que nos vuelvan a tratar como niños? ¿Preferimos aquellos tiempos en los que no era necesario que quedaran expuestas y a la vista las verdaderas causas de los conflictos? ¿Será que nos sonroja reconocer que las diferencias que existen en nuestras comunidades no brotan de “conflictos ideológicos” o “posturas pastorales” sino de mediocres envidias, de rivalidades mezquinas, o de torpes incompetencias?

El camino sinodal al que se nos invita no es un sendero rodeado de bellos paisajes que se transita sin dificultad, es un recorrido áspero y desafiante que conduce hacia lo más profundo. Es el camino de los mártires y de los santos que nos precedieron, es el camino que conduce a la auténtica “conversión pastoral”.