La rehabilitación de Ernesto Cardenal está llevando a mucha gente a redescubrir su vida y obra. Es tiempo de leerle integral y profundamente, recobrar todo lo valioso de su vida de poesía y oración. Vamos a mostrar tres ejemplos –los otros dos, próximamente– de su espiritualidad de la liberación que para muchos supondrá un descubrimiento.
Partamos de un instante clave de la vida de Jesús; el momento en que entra en Jerusalén y el pueblo le alaba. Los fariseos reprochaban a sus mandatarios: “Ya veis que no conseguís nada: mirad, el mundo se va tras Él” (Juan 12, 19). Entonces le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Y fue cuando Jesús les respondió: “Si todos estos callaran, las piedras comenzarían a aclamar” (Lucas 19, 39-40).
Parece que toda la propuesta espiritual y liberadora de Cardenal se pudiera integrar en ese instante. Por un lado, su vida y palabra se arriesga frente a la dictadura, el imperialismo y los poderosos. Sobre el ruido de sables, las campanas vacías del poder y el ruido de las fiestas de los ricos, alza el canto de Dios y el canto de los pobres. Para él y su hermano –el jesuita Fernando Cardenal–, la educación y la cultura –el canto del pueblo– son el mayor motor de la transformación.
Los poderosos –los de derechas y luego los de izquierdas– lo quisieron callar y en gran parte lo callaron. Pero el canto que impulsó no dependía solamente de la voz de la gente, emergía del propio cosmos. Su Cántico Cósmico cantaba desde el interior de las piedras, desde las estrellas, desde toda la naturaleza. En su obra y experiencia hallamos obvios ecos franciscanos en su mirada y su poesía, donde toda criatura y todo lo creado alaba al Señor.
Pero también hallamos una indudable influencia de la ‘Contemplación para alcanzar amor’ de San Ignacio –a quien cita–, que conocía íntimamente por su hermano, el jesuita Fernando Cardenal. Nos invita a buscar y encontrar a Dios en todas las cosas. Si nosotros callamos, canta la Creación. Si nosotros callamos, la nostalgia de Dios no se acalla en nuestro interior. Dios canta en el universo, en el pueblo, en nuestro interior. “El mundo se va tras Él”…
Ernesto Cardenal nos invita desde el corazón roto y sufrido en las periferias de la justicia y la existencia, a que escuchemos el canto con que Dios nos llama desde el interior de cada cosa, de cada momento de la historia, de cada lugar. “Cuando no tengas respuestas, mira a las estrellas”, dice Cardenal.
Hemos compuesto un poema con fragmentos del ‘Cántico cósmico’, de Ernesto Cardenal (1989) que está íntegramente publicado por la Editorial Trotta. Las ilustraciones son obras populares de la Comunidad de Solentiname que fundó Cardenal, publicadas en ‘Evangelio de Solentiname’. Si queréis orarlo en grupo, cada uno puede leer un número diferente.
Canto cósmico
(1) En el principio
–antes del espacio tiempo–
Era la Palabra.
Palabra amorosa.
Misterio y a la vez expresión de ese misterio.
Secreto que se da. Un sí.
Él en sí mismo es un sí.
La palabra de sus cantos
es la misma con que hizo la lluvia.
(2) Cuando todo era noche, cuando
todos los seres estaban aún oscuros, antes de ser seres,
Existía una voz, una palabra clara,
un canto en la noche.
(3) Él cantó al crear la tierra.
Él hizo la tierra cantando.
En el principio era el Canto.
Al cosmos él lo creó cantando
y por eso todas las cosas cantan.
No danzan sino por la Palabra por la que fue creado el mundo.
(4) Todo lo hizo cantando y el cosmos canta.
Toda cosa canta.
Las cosas son palabra para quien las entienda.
Como si todo fueran
palabras a un oído.
(5) ¿Oís esas estrellas? Algo tienen que decirnos.
El coro de las cosas.
El cosmos canta.
¿Oís esas estrellas? Es el amor que canta
(6) Por haber hecho al mundo la palabra
podemos comunicarnos con el mundo.
Somos palabra
en un mundo nacido de la palabra…
y así uno no es, si no es diálogo.
(7) Toda persona es para otra persona.
Si no, sus palabras no tocarían nada.
Yo soy: amor.
(8) ¿Qué hay en una estrella? Nosotros mismos.
Todos los elementos de nuestro cuerpo y del planeta
estuvieron en las entrañas de una estrella.
Somos polvo de estrellas.
(9) Estamos hechos de estrellas.
Venidos del corazón de las estrellas. ¡Somos ellas!
Del cielo, somos del cielo…
Nuestra carne y nuestros huesos vienen de otras estrellas
y aun tal vez de otras galaxias.
(10) Somos universales,
y después de la muerte contribuiremos a formar otras estrellas
y otras galaxias.
De las estrellas somos y volveremos a ellas.
(11) Ámame, y si soy nada,
seré una nada con tu belleza en ella refractada.
Al fin y al cabo de la nada nació todo,
nada vacía llena toda ella de la urgencia de ser.
(12) El hierro de tu sangre, hace millones de años,
estaba en una estrella gigante.
El hierro de tu sangre volverá al corazón de la tierra.
(13) Pero detrás de eso espera la sorpresa:
la que hubo con el cuerpo de Jesús.
Ese evento en la historia:
Un sepulcro vacío.
La muerte ya no tiene sentido. La vida tiene sentido.
(14) ¿Y qué vemos cuando miramos el cielo nocturno?
En la noche vemos simplemente la expansión del universo.
Galaxias y galaxias y más allá galaxias y más allá cuásares.
Y más atrás en el espacio no veríamos ni galaxias ni cuásares,
un muro oscuro, antes del instante en que el universo
se volvió transparente. Y más antes,
¿qué veríamos finalmente?
Cuando no había nada.
En el principio…
(15) El amor: que encendió las estrellas…
El universo es amor.
Sólo el amor es revolucionario.
El odio es siempre reaccionario.
Amar es ser eterno.