Muy agitadas han estado las aguas en el mar de la Iglesia católica. Como si no bastara la furibunda reacción de sus sectores conservadores por la publicación de la ‘Fiducia supplicans’, en la que se permite -no se mandata ni obliga, sin ritos litúrgicos ni equiparándose a un sacramento- la bendición a parejas homosexuales y divorciados vueltos a casar, el escándalo ha escalado por la aparición de un manual, eclesiásticamente incorrecto.
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Ha salido a la luz el libro ‘La pasión mística. Espiritualidad y sensualidad’, (Ediciones Dabar, México) del hoy prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, cercanísimo a Francisco de Roma -es su redactor “fantasma”-.
He podido leer el ejemplar. Consta de nueve capítulos. En los primeros seis, realiza un minucioso recorrido de textos místicos que van desde los profetas bíblicos y el Cantar de los Cantares hasta san Francisco de Asís y santa Clara, pasando por san Agustín, san Buenaventura, san Bernardo, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, santa Catalina de Génova, etc.
Hasta aquí estamos ante una clara tesis: los intensos contactos con Dios, místicos en algunos casos, tienen impactos corporales, semejantes al encuentro sensible y orgásmico entre dos personas que se aman. Esto ya podría provocar ceños fruncidos en algunos, pero los últimos tres capítulos ya alcanzaron el paroxismo de la indignación. Van sus títulos: ‘Orgasmo masculino y femenino’, ‘El camino hacia el orgasmo’ y ‘Dios en el orgasmo de la pareja’.
¿Qué dicen los críticos de ‘Tucho’ Fernández? En primer lugar, que un cardenal, y más por la posición que ostenta, jamás debería referirse a cosas tan materiales como el placer sexual. Por otra parte, se cuestionan si el libro vitando pueda ser autobiográfico, pues el prelado describe a detalle los orgasmos como si los hubiera vivido en persona. De ahí el apelativo de ‘cardenal porno’.
La segunda queja desautorizaría también a los ginecólogos varones, a las geriatras jóvenes, y a los curas heterosexuales que acompañan a personas homosexuales. Conocer de algo, digo yo, no requiere haberlo experimentado en persona.
Pero el mismo cardenal responde a la primera crítica, desde 1998, año en que escribió su investigación, con este párrafo que es una joya filosófico-teológica:
“Fue la mentalidad griega la que influyó negativamente en el cristianismo, transmitiéndole un cierto desprecio del cuerpo. Los griegos no tenían una visión del hombre tan unitaria como la de la Biblia; más bien, entendían al hombre como formado por dos partes, el alma y el cuerpo” (pág. 89).
¿Estamos, entonces, ante un tratado pecaminoso, escrito por un ‘cardenal porno’? De manera alguna. Fernández no solo apuesta por la unidad entre cuerpo y alma -suelo y cielo, materia y espíritu- sino por la pasión desbordada que, en algunas personas, casi siempre místicas, surge del contacto con Dios. Bienvenida, pues, esta propuesta, que se opone frontalmente al dualismo platónico.
Pro-vocación
Todos los papas han tenido sus críticos. Pero no recuerdo que Juan Pablo II o Benedicto XVI, considerados no como liberales sino como conservadores, hayan recibido los mismos vituperios que le están endilgando a Fernández y, por consecuencia, a Bergoglio por la ‘Fiducia supplicans’. Un arzobispo español les acaba de espetar el apelativo ‘mastuerzo’. En México no lo conocemos, pero según la Real Academia Española puede significar: bruto, ignorante, torpe, necio, estúpido, inculto, analfabeto, obtuso. Una cosa es criticar y otra insultar.