Desde que el Papa Francisco aprobó hace unos días el milagro que abre la puerta a la canonización del joven Carlo Acutis, se ha hablado mucho de él -ya se hablaba antes- y todavía se hablará más en los próximos meses. Creo que sin duda merece toda esta atención, aunque comprendo que en este mundo hay todo tipo de sensibilidades. Sin embargo, su testimonio de fe y caridad, tan joven como era -murió con 15 años- me parece admirable y es bueno que haya muchas personas que lo conozcan para que, viendo sus buenas obras, “glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt. 5, 16)”.
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Pero para ello, mejor conocer a fondo a Carlo Acutis, pues no es lo mismo quedarse en la superficialidad -aunque no esté mal- del “influencer de Dios” que llegar a entender cuál es la grandeza de este adolescente. A veces leemos cosas peregrinas sobre él, cuando por ejemplo, alguno lo presenta como un joven deportivo al que le gustaba el futbol, como a los demás muchachos de su ambiente. Nada más lejano de la realidad, precisamente un compañero suyo de clase explica en el proceso de canonización: “Recuerdo que jugábamos juntos en el colegio, aunque a él no le gustaba el fútbol”. Y algo parecido podemos decir de la idea, propia de un experto en marketing, de presentarlo en su tumba vestido con deportivas, como muchos jóvenes, cuando por el contrario uno de sus profesores afirma también en el proceso de canonización: “Recuerdo que nunca llevaba deportivas, sino los clásicos mocasines. Los chicos, y más aún las chicas, se burlaban de él y le apodaban ‘Mister Mocasín’, pero él no se enfadaba y seguía sonriendo como siempre”.
El testimonio de su cuidador
Vamos a intentar conocer un poco más a fondo a Carlo Acutis. No voy a repetir lo que aparece en todas las biografías sobre su apostolado informático, su amor a la Eucaristía y a la Virgen, cosas conocidas por todos. Sin duda no me detendré en si recibió revelaciones de la Virgen de Fátima, cosa ésta última recientemente publicada y que no aparece en ningún sitio en su proceso de canonización, parece más bien una de las piadosas “florecillas” de las que todavía tendrán que surgir otras, como suele pasar.
Querría empezar con el testimonio del que fue su cuidador, Rajes Mohur, de origen hindú. La familia Acutis era pudiente y tenían personal de servicio doméstico en casa, entre ellos Rajés que cuidaba de Carlo y al que -como él mismo afirma- el joven le cambió la vida hasta decidir hacerse cristiano. ¿Qué es lo que le llamó la atención de Carlo? Él mismo nos lo cuenta: “Le llevaba a la guardería, al colegio, a jugar y siempre me pedía que le acompañara a la iglesia parroquial. Esto me llamó la atención, porque empezó a pedírmelo cuando tenía menos de cinco años. Y quería que le acompañara todos los días. Una cosa en particular que me gustaría decir: era él quien me pedía que le acompañara, siempre. No fueron ni su madre ni su abuela quienes se lo propusieron, sino que fue decisión suya y, de hecho, quería que le acompañara incluso cuando su madre no estaba, porque tenía muchos compromisos en Roma, y su abuela estaba ausente”.
Hablar del Cielo
Nos lo describe en su sencillez de niño y después adolescente, con una normalidad y una sencillez que forman parte de la belleza de su testimonio: “Cuando caminaba por la calle era un charlatán, simpático, saludaba a todo el mundo como si los conociera desde hacía muchos años, y por eso a los porteros les encantaba hablar con Carlo, porque era tan dulce y amable”. Carlo se conocía a todos los porteros del barrio y le encantaba hablar con ellos.
“Le gustaba hablar del Cielo y me lo describía como si pudiera verlo. Me decía que allí había una gran paz, una paz que nunca termina y que todo era hermoso y luminoso. Parecía como si hubiera estado allí y me decía que, sin embargo, para entrar había que portarse bien, ser humilde, rezar todos los días, ser sencillo y pobre y recuerdo que me citaba la frase del Evangelio de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”.
Amigo de los vagabundos
Carlo, consciente de ser de familia rica, aprendió pronto el valor de la pobreza: “Recuerdo que me envió a llevar comida a un vagabundo, Emanuele, que dormía en el patio de la iglesia parroquial. Una Navidad le regaló un saco de dormir con su propio dinero, para que no sufriera demasiado el frío invernal. Fue algo excepcional, algo que nunca he visto por ahí, ni siquiera en mi familia de origen, que, como he dicho, es una familia de marcado rigor espiritual…”.
También la abuela de Carlo confirma su amor por los pobres: “En Asís había vagabundos que dormían en el suelo en la carretera que lleva a la via Santo Stefano. Le acompañaba yo o mi madre (según la hora) y les dejaba al lado un bocadillo y un billete de cinco euros, que sacaba de su bolsillo. Era muy frugal y no quería que mamá gastara demasiado en él. Me reñía cuando veía que compraba cosas, lo que me gustaba: ‘Piensa en la gente que no tiene nada’, me decía y añadía: ‘Allí no se lleva nada. Es mejor ser caritativo’. Tanto es así que a veces escondía las cosas que había comprado, porque me hacía sentir un poco culpable”.
Algo muy interesante de su proceso de canonización es que incluso llamaron a declarar a alguno de los pobres que él cuidaba y que se convirtieron en amigos suyos. Uno de ellos cuenta el interés auténtico de Carlo por los pobres: “Cuando mi amiga Giuseppina, a la que había conocido en el dormitorio público, debido a un shock depresivo se dejaba morir en los bancos del jardín de la plaza Tommaseo, nadie, excepto Carlo, yo y la señora Antonia, se interesaron por ayudar a Giuseppina, que sangraba y ya no quería comer ni beber. Carlo y su madre consiguieron que la ingresaran en el hospital de San Juan de Dios, donde la trataron durante 40 días”.
Cambio de vida
Pero volvamos a Rajes Mohur, que nos habla de cómo Carlo cambió su vida: “Me bauticé cristiano porque fue Carlo quien me contagió y me conquistó con su profunda fe, su gran caridad y su gran pureza, que yo siempre consideré fuera de lo común, porque un chico tan joven, tan rico y tan guapo normalmente preferiría llevar una vida muy diferente. Carlos era un ejemplo tan elevado de espiritualidad y santidad que yo sentía dentro de mí el deseo de bautizarme como cristiano y recibir así la comunión.”
Y no solamente se bautizó, sino que decidió quedarse en Italia para estar cerca de Carlo y, tras su muerte, con su familia: “Tenía una fe contagiosa, que arrastraba. Tanto que me quedé en aquella familia. Al principio pensé que me quedaría sólo un tiempo y luego volvería a las islas Mauricio, pero conocí a Carlo y recibí tanto de él, de su bondad, su sencillez y su bondad, que me sentí tan acogido que quise quedarme con él en su familia, para seguir recibiendo esa paz que emanaba de aquel chico”.
La sorpresa de la enfermedad
Al final de su declaración, nos cuenta la sorpresa con la que recibió la enfermedad de Carlo: “Un día volvió del colegio y me dijo que se encontraba mal y pensamos que un poco de reposo era suficiente y vino a verle un médico y le aconsejó que descansara. Pero al cabo de un par de días empezamos a verle moratones y manchas de sangre alrededor de los ojos. Entonces los padres empezaron a preocuparse. Después siguió empeorando. Recuerdo que una de aquellas mañanas, mientras ordenaba su habitación, le dijo a su madre: ‘Todo lo que estoy sufriendo se lo ofrezco al Señor’. Recuerdo bien estas palabras, también porque su madre se enfadó y le preguntó: ‘¿Por qué dices eso, Carlo?’ Luego lo llevaron al hospital de Monza, porque le habían diagnosticado una leucemia fulminante. Pero al cabo de tres días Carlo murió”.
¿Cómo era Carlo Acutis? Acudamos también a sus compañeros de clase, sus testimonios se reconocen fácilmente en el conjunto del material del proceso de canonización, basta solamente leer la edad de los testigos, todos ellos tenían 23 años cuando declararon en el proceso pues eran sus coetáneos. Quizás el más importante, por ser su mejor amigo, es el de un muchacho que no era cristiano y al que Carlo nunca intentó convertir sino que con toda sencillez hacía partícipe de sus ideales: “Parecía siempre convencido de que mi camino espiritual era algo precioso y debía ser respetado, convencido de que yo necesitaba mi propio camino, que él respetaba y al que se acercaba no con palabras de persuasión, sino con el ejemplo de su vida y sus serenas convicciones. Nos llevábamos bien con él y era un buen tipo. Eso era lo que le hacía diferente, porque al ser un chico simpático, no te parecía tan serio y convencido cuando tocabas sus convicciones. Solíamos involucrar a uno de nuestros compañeros de clase, que era un poco marginado en comparación con los demás. Así que intentábamos atraerlo y asegurarnos de que no quedaba aislado de los demás”.
Un poco de compañía
Aquí nos ha contado otra de las características destacadas de Carlo, su preocupación por los que de algún modo estaban excluidos y por los que lo estaban pasando mal. De esto tenemos varios ejemplos, precisamente contados por los mismos compañeros de clase. Otro de ellos cuenta una anécdota: “Recuerdo, por ejemplo, a un compañero nuestro, de otra sección, al que siempre invitaba a su casa, con el que no tenía una amistad especial, pero que, efectivamente, iba a su casa muy a menudo y, de hecho, yo no lo conocía muy bien. Más tarde supe que la madre de nuestro compañero había muerto y que su padre estaba muy ocupado con el trabajo, por lo que pasaba largas horas solo. Así que Carlo pensó que estaría bien invitarle a quedarse en casa con él, para tener un poco de compañía”.
También otra compañera nos cuenta su propia experiencia de cómo Carlo se preocupó por ella en sus dificultades y se volcó en ayudarla: “Mi familia se separó y yo sufrí mucho el abandono de mi padre. Carlo estaba especialmente unido a mí y me ayudó mucho a superar esos momentos dolorosos. Yo también estaba en crisis con mis estudios, por supuesto, así que Carlo me ayudó a estudiar y también me enseñó a utilizar el ordenador, y a él le debo mi éxito actual en mi trabajo. Yo no tenía cabeza para estudiar en la escuela por culpa de mis padres, y Carlo me ayudó con paciencia y tenacidad y siempre me animó”.
Siempre bromista
Otra compañera, de esas que le tomaban el pelo por no llevar deportivas como los otros, lo describe en su normalidad de joven del siglo XXI y su preocupación por los demás: “Era un tipo siempre bromista, nada serio, siempre impecable y sonriente. Él y yo compartimos muchas cosas, tanto entre semana como cosas más serias, por ejemplo estuvo muy cerca de mí cuando murió mi abuelo. Sólo estuve en su casa un par de veces, para pasar un rato juntos. Hablábamos más a través de medios tecnológicos de comunicación. Hablábamos a menudo, un poco menos cuando estábamos en el instituto porque era una época muy ajetreada, pero seguíamos hablando, con menos frecuencia pero con la misma intensidad. Carlo era constitutivamente bueno, y hacía cosas buenas, con todo el mundo, con la familia, con los amigos, incluso con desconocidos, por ejemplo con su trabajo para una organización benéfica. Creo que sólo conocí a Carlo, entre chicos de su edad, que tuviera tales virtudes. Puedo decir que era una persona especial, sobre todo para su edad”.
Sería demasiado largo presentar todos los testimonios de sus compañeros, pero no quiero dejar de citar a uno de ellos, que nos habla de su pasión por la informática: “Recuerdo que escolarmente Carlo iba bien, aunque nunca fue el clásico ‘cerebrito’. Como todos nosotros, trabajaba duro, pero también le gustaba divertirse, no le preocupaban las notas. Era alegre, muy vivaz, con muchos intereses, en particular la informática, y a este respecto leía voluminosos tomos que me resultaban incomprensibles, tanto que me preguntaba cómo podía tener semejante pasión”.
Acogida a todos
Pero dejemos que también sus profesores nos digan algo de cómo era. Uno de ellos nos hace una descripción rápida desde el punto de vista del educador: “No era un chico orgulloso, que quisiera ganar a toda costa. No era un chico competitivo, de hecho a menudo era él quien bajaba el tono si la cosa se calentaba, por ejemplo jugando. Nunca le vi prepotente, ni aislado: siempre estaba con alguien. No para hacer travesuras, porque era un niño vivo, activo, presente, pero nunca falto de respeto, de cortesía, de serenidad. Nunca le vi reñir con nadie, ni siquiera se lo oí decir: jugaba, charlaba, pero nunca reñía ni se ofendía. En este sentido podríamos hablar de caridad y cuidado. Por ejemplo, quería que no se excluyera a nadie cuando jugaba e implicaba tanto a los que estaban un poco marginados como a sus compañeros que los marginaban”.
Otro de los profesores completa esta visión: “Su amor era un verdadero amor cristiano, que iba más allá de una simple disposición innata a la generosidad, estaba verdaderamente disponible para todo, incluso para las cosas sencillas. En particular, recuerdo que también tenía muy buena relación con el personal no docente de la escuela. Con el portero Mario tenía muy buena relación y le visitaba todos los días para saludarle. Era muy agradable pasar tiempo con él. Era muy amable”.
Será otro profesor, un jesuita -estudió el colegio León XIII, de la Compañía de Jesús en Milán- quien nos cuente cómo se enteraron en clase de su enfermedad: “Un lunes (no recuerdo si fue el 2 de octubre de 2006) no estaba presente y tuvo que explicar un programa a sus compañeros. Un trabajo tan bien hecho que los compañeros aplaudieron convencidos al final de la presentación. Al día siguiente seguía ausente, así que llamé a casa y me enteré de que había sido ingresado en un hospital de Monza. No pude ir a verle enseguida y me puse en contacto con sus padres, pero cuando estaba a punto de ir me enteré de que había fallecido: cuando llegué a San Gerardo de Monza me dijeron que se lo habían llevado a casa, muerto”.
Amigos preocupados
Sin embargo, sus amigos jóvenes se enteraron en un modo propio de su edad, como explica la madre de uno de ellos: “Mi hijo me llamó a la oficina para decirme que estaba preocupado porque Carlo no contestaba en Facebook, como hacía habitualmente”.
Para estos momentos, tenemos el testimonio precioso de su padrino de confirmación: “Los médicos le dijeron cuál era su enfermedad y él respondió: ‘¡El Señor me ha dado un toque de atención!’. Lo dijo con una serenidad que me impresionó, y permitieron que su madre se quedara hasta la una de la madrugada. Le costaba respirar, en parte porque le habían puesto una escafandra para que respirara mejor. Recuerdo que a la enfermera le impresionó su actitud tranquila y fuerte. Al día siguiente lo llevaron a San Gerardo, en Monza, y le dijo a su madre: ‘Mamá, recuerda que de aquí no salgo vivo’. Y pidió recibir la Unción de los Enfermos”.
Esfuerzo doloroso
Leemos que las enfermeras y los médicos estaban asombrados de su dulzura, sonreía a todo el mundo como queriendo tranquilizarnos, era educado, no hacía más que disculparse con las enfermeras por el pesado trabajo que se veían obligadas a hacer con su enfermedad, y cuando le atendían intentaba con todas sus fuerzas pasar de la cama a la camilla, haciendo un esfuerzo muy doloroso para él, sólo para aliviarles el cansancio. Al médico que le preguntó si sufría mucho, Carlo respondió: “Hay gente que sufre más que yo”.
La enfermedad se extendió con una rapidez impredecible, de modo que dos días después: “…sentí que sus pulmones gorgoteaban, como si estuviera ‘enfisematizado’. Realmente hablaba con dificultad y en un susurro, e incluso su docilidad al catéter me hacía pensar, porque yo lo conocía como un niño que soportaba poco el dolor, y en cambio aquella vez su docilidad y su silencio me sorprendieron, como si una gracia especial lo hiciera capaz de aceptar cosas que de otro modo lo habrían hecho sufrir”.
La fuerza de Dios
¿De dónde sacó Carlo la fuerza en aquellos momentos? De donde la había sacado desde hacía años, lo que le llevó a ser un gran hijo, un gran estudiante, un gran compañero, un gran amigo, un gran apóstol. Nos lo explica su madre: “Para él Dios estaba en el centro de todo, era el sentido de todo, el punto de referencia constante. Recuerdo que en nuestros viajes, en cuanto llegábamos a un lugar extranjero, buscaba en internet dónde había una iglesia y los horarios de misa, para no perdérsela.”
A través de la Eucaristía, Carlo descubrió esa dimensión afectiva hacia Cristo que se convertiría en una de las características principales de su espiritualidad. Estar ante aquella lámpara encendida, como él llamaba al Sagrario, significaba para él entrar en el misterio del Corazón de Dios, encontrar fuerzas para todo lo que hacía, crecer en su amistad con Jesús y aprender a sentir y pensar como Jesús lo habría hecho en su lugar. Carlo estaba profundamente convencido de que cuanto más se acerca uno a la Eucaristía, más se transforma profundamente, y como explica un compañero de clase “con ese celo eucarístico suyo nos contagiaba también a nosotros”.
Mucho más se podría decir de Carlo, pues su vida -aunque breve- es de gran riqueza. Como resumen, concluyo con las palabras de uno de sus profesores: “Muchachos como Carlo Acutis hay pocos. Tenía tantas habilidades y no hacía alarde de ellas, sino que las ponía siempre a disposición de los demás sin esperar nunca reciprocidad, hacía pensar en un muchacho más adulto que su edad. Adulto -repito- pero no serio, sino alegre y con ganas de llevarse bien con todo el mundo. No tenía preferencias particulares, se llevaba bien con todo el mundo. Siguió así incluso después, no cambió, podría decir que era amigo de todos, amigo sobre todo de los que más necesitaban amistad”.