Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

Cataluña: y ahora, ¿a quién voto?


Compartir

Este domingo se celebran elecciones en Cataluña. Como residente en el extranjero, tengo derecho a votar en la comunidad autónoma donde estoy censado. Y es el caso.



El momento electoral me ha hecho reflexionar. Yo siempre hago valer el eslogan “Mi casa es el mundo; mi familia, la humanidad”. Pero añado inmediatamente que ese “universalismo”, que pregona la fraternidad universal, debe comprometerse a vivirla allí donde cada uno está, haciendo del lugar donde has nacido y donde vives tu patria temporal (porque la definitiva es el Reino de Dios). Algunos han acuñado el término global, para indicar que hay que pensar “globalmente”, pero actuar “localmente”.

Yo soy –y me siento– andaluz y español por nacimiento, pero también catalán por adopción y formación; en Cataluña viví hasta los 32 años. Soy también paraguayo; precisamente estoy renovando el pasaporte de ese país querido que me adoptó y al que yo adopté como mío propio viviendo allí 18 años. Me siento también boliviano, a pesar de que pasé en Bolivia solo tres años y medio, y también marroquí, porque 14 años pasados en Marruecos no pueden dejarme incólume.

Todas las culturas y civilizaciones tienen que ser amadas, apoyadas y protegidas, porque son una riqueza. Pero también deben ser purificadas y mejoradas, porque no son perfectas. Y ninguna debe ser adorada ni absolutizada, porque Dios no hay más que uno… y no es ni mi cultura ni mi nación ni la de los otros.

Nacionalismo catastrófico

En este contexto y con estas premisas, considero que todo nacionalismo es bueno… mientras se mantenga en términos relativos, sea compatible con la fraternidad universal y no sea ni exclusivo ni excluyente. En el momento en que un nacionalismo se exacerba, se absolutiza y se convierte en el objetivo único y excluyente, ese nacionalismo es catastrófico, para propios y ajenos.

Considero que hay nacionalistas catalanes exacerbados, pero me dan más pena quienes les critican desde un nacionalismo español que endiosa y absolutiza un Estado en su forma actual, desconociendo y negando otras formas posibles de agregación política.

Los cristianos –nos dice la Carta a Diogneto– “habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña”.

Todo nacionalismo debe tener la fraternidad universal como horizonte y el Reino como utopía y patria definitiva.

Lea más: