La monja
El libro más famoso de la novelista italiana Susanna Tamaro, Donde el corazón te lleve, cuenta la historia de Olga, una anciana que escribe una carta a su nieta antes de su cercana muerte. Al recordar su infancia narra su paso por un colegio de monjas y cómo el recuerdo de un belén quedó tremendamente grabado en su memoria:
A la entrada del colegio, las monjas tenían puesto durante todo el año un gran pesebre. Estaba Jesús en el establo con el padre, la madre, el buey, el asno, y alrededor montañas y barrancos de cartón piedra poblados tan solo por un rebaño de ovejitas. Cada ovejita era una alumna y, según su conducta durante la jornada, la alejaban o la acercaban al establo de Jesús. Todas las mañanas, antes de ir a clase, pasábamos por delante y al pasar nos veíamos obligadas a considerar nuestra posición. En el lado más alejado del establo había un barranco profundísimo y allí́ era donde estaban las más malas, con dos patitas ya suspendidas sobre el vacío. Entre los seis y los diez años viví condicionada por los pasos que daba mi corderito. Inútil que te diga que casi nunca se movió del borde del precipicio.
En mi fuero interno, con toda mi voluntad, trataba de respetar los mandamientos que me habían enseñado. Lo hacía por ese natural sentido de conformismo propio de los niños, pero no solamente por eso: realmente estaba convencida de que era necesario ser buena, no mentir, no ser vanidosa. Pese a ello, siempre estaba a punto de caer. ¿Por qué? Por pequeñeces. Cuando llorando me dirigía a la madre superiora para preguntarle el motivo del enésimo desplazamiento, me contestaba: «Porque ayer llevabas en el pelo un lazo demasiado grande… Porque una compañera te oyó canturrear cuando salías del colegio… Porque no te lavaste las manos antes de sentarte a la mesa.» ¿Te das cuenta? Una vez más, mis culpas eran exteriores: idénticas, iguales a las que me imputaba mi madre. No se enseñaba la coherencia, sino el conformismo. Cierto día, al llegar al borde del barranco, estallé en llanto diciendo: «¡Pero yo amo a Jesús!» Entonces, la monja más próxima, ¿sabes qué dijo? «¡Ah! Además de desordenada eres también embustera. Si verdaderamente amases a Jesús mantendrías más ordenadas tus libretas.» Y ¡paf!, empujando con el índice, hizo caer mi ovejita al precipicio.
Los nuevos vecinos
La teresiana Mari Carmen Ramos, que durante tanto tiempo ha sido profesora de primaria en un colegio de Sevilla –ahora ocupa su jubilación compartiendo habilidades sociales con inmigrantes–, no ha perdido la costumbre de felicitar la Navidad con un cuento. Igual que lo hacía con sus alumnos cuando daba clase.
Su cuento de este año lo protagoniza Clara, una niña que “ha aprendido hacer barquitos con papel de colores en el colegio” para poner en el río de su belén en casa. Y cuenta como una Nochebuena, todos los vecinos de su bloque se reunieron en una galería con plantas que hay en el edificio, invitados por unos nuevos vecinos extranjeros.
Aunque muchos recelan, ya que tienen todo preparado en sus casas para celebrarlo de la misma manera que todos los años hasta que…
Poco a poco la mesa se alarga con otras mesas, con fuentes de comida, adornos de Navidad, frutas, dulces y bebidas para todas las edades. Una familia del quinto baja cantando con panderetas y castañuelas. Las otras dos familias del cuarto y del primero se unen a ellos con zambombas y cascabeles. La alegría de la mesa en común es que nadie come de lo suyo, sino que lo ofrece a los demás y siempre sobra para regalar a otros.
Se cena, se canta y sobre todo se habla de esta Navidad nueva para todos. Este entusiasmo llega al corazón de un matrimonio que vive en el segundo. En un principio no querían participar de la invitación, pero descubren que es más bonito celebrar “nuestra Navidad” porque “mi navidad” encierra egoísmo. Ellos ya han cenado, pero van a compartir los dulces y también quieren regalar su árbol navideño. Doña Anita emocionada levanta su vaso y dice: “Ya estamos todos. Felicidades”.
Los niños participan de esta aventura dando gritos de entusiasmo. Se acuerdan de sus barquitos de papel de colores y deciden regalarlos todos. Y esta Nochebuena, cada vecino hace navegar su barquito por los aires y lo cuelga de las ramas del árbol de Navidad con un deseo: Cantemos nuestra Navidad. “Noche de paz, noche de amor…”
La paz
Incluso a los grandes jefes de la curia Francisco les ha hecho contemplar al Niño entre pañales. “Que esta Navidad nos haga abrir los ojos y abandonar lo que es superfluo, lo falso, la malicia y lo engañoso, para ver lo que es esencial, lo verdadero, lo bueno y auténtico”, les deseo señalando al Dios hecho hombre.
Aunque Francisco, tras la bendición “urbi et orbi”, ha prescindido de la lista de felicitaciones navideñas en diferentes idiomas –que se ha ido alargando desde tiempos del Pablo VI hasta las bendiciones de Benedicto XVI–, no lo ha hecho de otra lista que también ha ido creciendo cada vez que se suma un año más a su pontificado. Es la lista de grandes conflictos que impiden que la paz sea una realidad en el mundo. En su mensaje de hace un año, el 25 de diciembre de 2016, Bergoglio citó directamente 15 países distintos, comenzando por Siria y siguiendo por Israel y Palestina, Nigeria, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Ucrania, Venezuela, Colombia, Myanmar, las dos Coreas… Además de estas situaciones concretas, el pontífice añadió por primera vez también una serie de, podríamos decir, problemas deslocalizados como el creciente terrorismo basado en el odio, las discriminaciones…
Y es que, no lo olvidemos, la Navidad fue anunciada por unos ángeles con un mensaje de paz:
Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Al instante se junto al ángel una multitud del ejército celeste, que alababan a Dios diciendo:¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que él ama! (Lc 2, 12-14)