“Disfruta de tus contradicciones”. Quienes pasamos los 40 recordaremos el éxito de esta campaña publicitaria, acompañando el mensaje con frases como: “A veces lo más inteligente es hacerse el tonto: cuando dejo de buscar, encuentro; los mejores sueños los tengo despiertos; a veces tengo que perderme para encontrarme; a veces lo más pequeño es lo más grande…”. Y más recientemente, queriendo captar la atención de los ‘millennials’, una marca de coches aprovechaba la misma clave: “Dichosas contradicciones”.
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Contradicciones, paradojas, contrastes… ¿Quién no los tiene? Es más: ¿quién no los necesita en alguna medida? Es una de las dimensiones que siempre me atrajeron de San Antonio Mª Claret. En su canonización Pío XII decía:
“Alma grande, nacida como para ensamblar contrastes: pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo; pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante; de apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra”.
Creo que vivimos un momento plagado de contrastes y tensiones que necesita de hombres y mujeres sin miedo a sus propias contradicciones y con un afán decidido por ensamblar esos contrastes y no agrandar las grietas.
150 años de su muerte
Por eso recuerdo hoy a Claret. Y porque este 24 de octubre se celebran 150 años de su muerte. De sus contradicciones internas y de su capacidad para generar puentes y alejarse de enfrentamientos, nació un estilo de vivir el evangelio amplio, plural y a veces, incluso contradictorio.
Fundó a los Misioneros Claretianos en Vic pero nunca vivió como tal, formalmente, aunque sí encarnó el espíritu que los animaba. Siempre tuvo dificultades para tratar con mujeres (esa “mercadería” nos llamó alguna vez) y sin embargo se implicó en diversos proyectos con ellas. De hecho, pocos años después, siendo arzobispo de Cuba, fundó (a su pesar, dicen algunos) una Congregación femenina con Mª Antonia París: las Misioneras Claretianas (aunque rara vez se nos cita cuando se habla de él… cosas de la historia y de la Iglesia).
Tuvo suficiente libertad y creatividad como gestar realidades que aún no existían. Escribió “Religiosas en sus casas” vislumbrando otro modo de consagrar la vida a Dios que tomaría forma casi un siglo después en lo que hoy es el Instituto Secular de Filiación Cordimariana. Inició diversos grupos –incluso con estatutos propios– para motivar y acrecentar la presencia activa de seglares (hombres y mujeres) en la vida de la Iglesia: bibliotecas populares, asociaciones culturales, cajas de ahorro, grupos de oración y compromiso social… Fue germen de lo que hoy conocemos como Movimiento internacional de Seglares Claretianos. No deja de ser curioso que un eclesiástico con mentalidad jerárquica y repleto de prevenciones tuviera claro en el siglo XIX que la evangelización pedía pluralidad, “hombres y mujeres que iluminen el mundo con la antorcha del evangelio en la mano”, cada cual desde su vocación, “haciendo con otros”.
Fue arzobispo de Cuba y confesor de la Reina. Vivió en palacio. Viajaba a pie y sin equipaje para ser un caminante más y parecerse más a Jesús. Padre Conciliar en el Vaticano I. Misionero itinerante hatillo al hombro con el breviario, la muda y un trozo de queso y pan. Paradójico. Hubiera podido usar los mejores carruajes de la época y exigir ricas viandas allá donde fuera. Pero no quiso.
Con un futuro prometedor en la empresa familiar textil, puso sus dotes creativas al servicio del anuncio evangélico, dibujando estampas acordes con los tiempos y distribuyendo hojas volantes (‘flyers’ decimos ahora). Puso la misma dedicación y audacia para divulgar libros teológicos en la imprenta que fundó que para combatir el racismo en la Cuba del XIX y los abusos de los terratenientes “católicos”. Predicador de masas; dicen los periódicos de la época que se formaban grandes colas para confesar con él y los templos se abarrotaban para escucharle. Algunas veces para utilizarlo en su contra buscando quiebros políticos y la mayoría de veces porque encontraban consuelo y esperanza en sus palabras, no condena.
Sufrió el martirio con un navajazo en la cara del que nunca se recuperó del todo. Pero también recibió numerosos dardos envenenados por parte de la prensa y la sociedad madrileña: unos, por su cercanía con la Reina y otros porque no se posicionaba junto a ella. La historia se repite; cuando no te casas con nadie las críticas llegan de un lado y del otro. Murió desterrado en Fontfroide. Incluso después de muerto fue molesto y perseguido, pasando sus restos por 9 lugares distintos hasta hoy. Confesor real, fundador, arzobispo, padre conciliar, misionero de a pie, escritor, empresario, ilustrador, diseñador… Y en todo fue polémico. Admirado y perseguido. Buscado por su calidez espiritual y temido por su implacable claridad.
Qué bueno sería que cuando celebramos aniversarios o recordamos a santos y fundadores carismáticos, no nos fijáramos tanto en si somos más de mil o menos de 500, en cuántas casas hemos abierto o en cuántos lugares podemos poner una marca en el mapa, sino en cómo seguimos dejándonos llevar por el mismo Espíritu que les movió. ¿Acaso no sería bonito celebrar a Claret dispuestos a generar o nuevas iniciativas, nuevas presencias y pluralidad de vocaciones, algunas incluso que aún no existen como tal en la Iglesia? ¿Acaso no sería una buena noticia para nuestro mundo recuperar la presencia de cristianos -en cualquier vocación-, que no se casan con nadie, que igual pueden frecuentar palacios que compartir un poco de queso y que prefieren asumir cualquier tipo de destierro antes de perderse a sí mismo (cf Mc 8,36)? Viviendo así caeremos en contradicciones, seguramente. Pero no será por arrogancia, sino por amor. ¿Acaso Jesús no lo hizo?