Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Celebrar la existencia


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Hay errores que, no solo resultan especialmente simpáticos, sino que te hacen pensar más de lo que parece. Así, por lo menos, me sucedió el otro día cuando recibí una felicitación de cumpleaños en estos últimos días de enero… cuando yo nací en septiembre. Lo que me resultó más gracioso no fue simplemente que no acertara ni en el día ni en el mes, sino el conjunto del mensaje de audio, que incluía canto, mejores deseos y un especial recuerdo en esa fecha. Lo primero que pensé es que quizá esa era una buena excusa para situarme ante la jornada que tenía por delante como un estrenar y elegir la vida, con todo lo que ello implica. Además, ante tal avalancha de cariño en una fecha de lo más vulgar para mí, me acordé, no solo de ese “feliz no-cumpleaños” de ‘Alicia en el País de las Maravillas’, sino también de una conversación que tuve el otro día sobre el modo en que se trata a quienes vienen de visita a una casa.



Al comentar la manera en que nos solemos volcar con tratos de favor hacia cualquier invitado a nuestro hogar, una persona me planteaba lo deseable que sería convertir en costumbre tratarnos de manera similar entre quienes compartimos lo cotidiano. Cuidar a nuestros compañeros de rutina de manera semejante a como lo hacemos con esos convidados que se acercan a nuestra existencia de manera esporádica. Afrontar cada jornada como si se estrenara la existencia o dedicar a cada persona el mimo y detalle de quienes no comparten la numerosa gama de grises que colorean nuestro día a día pueden ser dos propósitos muy loables, pero, sin duda, nada realistas. De hecho, empieza a seducirme mucho más otro modo, mucho más discreto y poco llamativo, de situarnos ante la vida.

Velas de cumpleaños

Lo de convertirnos a celebrar los “no cumpleaños” es una misión bastante quimérica, pues es imposible hacernos conscientes en cada minuto de las grandes decisiones vitales que hemos hecho, recordar constantemente qué razones o personas nos impulsan o traer a la memoria de forma permanente a quienes nos quieren y a quienes queremos. De manera similar, es insostenible mantener en el tiempo cierta manera de agasajar con una cortesía que resulta bastante artificial. En cambio, sería más fácil convertir en actitud permanente otro modo de acogida. Esa que desea que el otro esté a gusto, que se sienta en casa y se desenvuelva con libertad. Sería lo que expresa de manera preciosa ese estar “a vontade” que se dice en portugués.

Entrar en nuestra vida

Prefiero sentirme invitada a vivir la vida y a acercarse a los demás sin adornos ni maquillajes, sin más pretensión que acoger al otro con lo que se es y se tiene. Se trata de sumergirse en lo cotidiano y permitir entrar a los demás en nuestra existencia desde la propia verdad, por muy limitada, frágil e incluso ambigua que esta pueda ser. Algo así como lo que hizo aquel muchacho anónimo que ofreció sus cinco panes y dos peces con los que Jesús pudo alimentar a una muchedumbre por más que pareciera insuficiente (cf. Jn 6,9). Es entonces cuando celebramos la existencia aunque sea sin festejos y cuando los demás dejan de ser huéspedes para sentirse “a vontade”.