La moral católica distingue la castidad del celibato. Aquélla es una virtud que implica la vivencia plena de la sexualidad según la propia condición. Esta es una elección. La primera implica a todos los seres humanos, incluidos los casados, y exige fidelidad y compromiso mutuo. En los no matrimoniados se pide la abstención. El segundo, por más que se haya cuestionado a causa de su nexo obligatorio con el ministerio del presbiterado, sigue apareciendo como una condición para acceder a él.
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La castidad está marcada, en sentido negativo, por la contención y la no pluralidad; el celibato por la negación a formar una familia. Pero, en sentido positivo, casto es el que ama solo a otra persona, y célibe el que se compromete con todo su ser por una causa.
El ‘responsum’ de Doctrina de la Fe
Recordé esta distinción por la reciente respuesta a la duda -‘Responsum ad dubium’- de la Congregación para la Doctrina de la Fe, marcada por un tono respetuoso, en la que distingue entre personas y uniones homosexuales. Las primeras sí pueden ser bendecidas -con la condición de que “… manifiesten la voluntad de vivir en fidelidad a los designios revelados por Dios así como los propuestos por la enseñanza eclesial”-, las segundas no. Resulta sombríamente claro que una persona homosexual, manteniendo una relación amorosa -con todo lo que ello implica- con su pareja del mismo sexo no cumple con el requisito mencionado y, en rigor, no podría recibir la bendición. A menos que no confiese su unión, o el ministro de la bendición haga saltos mortales en su conciencia para bendecirla a ella y a su compañer@ de vida sin consagrar su relación. ¡Recórcholis!
En pocas palabras. Una persona homosexual tiene que ser casta -como todos- y al mismo tiempo célibe -como quienes en la Iglesia Católica aspiran a y viven el ministerio presbiteral-. ¿Será que se está allanando el camino para que los varones -obvio, las mujeres no- homosexuales puedan ser presbíteros, dado que se les obliga a ser célibes? No lo creo.
En fin. Mientras no se les permita a los homosexuales casarse por la Iglesia, y se les siga negando una bendición en pareja, se les estará obligando a ser célibes para toda la vida.
Pro-vocación. La enseñanza de la Iglesia se mueve, desde sus orígenes, entre la continuidad y la adaptación. Hay valores inmutables, no negociables, que permanecerán hasta la eternidad. Otros, en cambio, se van adecuando a lo que llamamos los “signos de los tiempos”. El que las parejas homosexuales no puedan casarse por la Iglesia, ni tampoco recibir el sacramental de una bendición: ¿es un hecho irrefutable, o se modificará cuando llegue de nuevo la primavera de la comprensión? Veremos.