Nuestro organismo, en el sentido más completo del término funciona armónicamente gracias a la generosidad y buen hacer de miles y miles de pequeñísimas células, órganos, sustancias y mecanismos vitales. Por supuesto, tanto altruismo celular y orgánico funciona bien porque hay un “orden” o sentido primero y último (yo lo llamo Dios, pero cada cual puede nombrarlo como desee) que le ordena y dinamiza.
Pero también hay otras células “que pierden el altruismo, son egoístas y generan enfermedades”, en palabras del Doctor López-Otín, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Oviedo. Por ejemplo, las células cancerígenas.
Esta semana, la periodista y conocida presentadora Julia Otero comunicaba con entereza y extraña transparencia que en una revisión rutinaria le habían detectado “células egoístas”. El resultado es que su vida cotidiana queda interrumpida temporalmente por la quimio y –supongo– que todo su ser y su entorno más íntimo tiene que reorganizarse ante la visita inesperada del cáncer. Ella ha visibilizado con la valentía que le caracteriza, lo que tantos hombres y mujeres afrontan cada día.
El cáncer
“El cáncer comienza cuando una sola de los billones de células de nuestro cuerpo se transforma, se olvida de servir al bien común y se convierte en una entidad egoísta, inmortal y viajera”. Con esta plasticidad lo explicaba el Doctor en una de sus muchas masterclass. “El sistema inmune reconoce a estas células anormales y como tal, intenta eliminarlas”. Pero no siempre logra hacerlo y, entonces, enfermamos. Y estas células egoístas crecen y se multiplican sin parar, renuncian a morir, a desaparecer o a reparar los propios errores, como sí hace el resto, las células sanas. “Y si una célula pierde la capacidad de reparar errores, comenzará a acumularlos”. Curioso, ¿no?
Por un lado, la noticia en alguien público y tan admirado como Julia Otero, me ayuda a no olvidar a tantos enfermos (no enfermedades) que pueden estar quedando relegados en estos tiempos de pandemia tras la inmediatez demandada por el virus. Por otro, seguir asombrándome de la increíble semejanza entre el sano funcionamiento del organismo humano y el de la sociedad o la vida humana.
¿Podemos decir que cada decisión egoísta, con ansias de inmortalidad y ajena al bien común es un cáncer para nuestra sociedad, Iglesia, comunidad, familia, institución? ¿Será cuestión de que nuestro sistema inmune –social, familiar, eclesial, institucional– pueda funcionar adecuadamente detectando tales movimientos letales para eliminarlos? ¡Si ni siquiera nos ponemos de acuerdo para saber dónde está el límite entre la libertad de expresión y la violencia destructora que se impone y desgarra!
“Un cáncer es un naufragio genómico, un caos. Pero dentro del caos siempre existe un orden por descifrar y ese es el objetivo”, cuenta López-Otín, hablando de las investigaciones sobre el genoma humano para vencer el cáncer que, cada vez es más curable, gracias a Dios. Descifrar un orden, un sentido, un ‘logos’ en su traducción griega. O, dicho de otro modo, poner el foco en las mutaciones de nuestro propio ADN, de lo que hace que seamos quienes somos. Y desde ahí, encontrar cada cual el ‘logos’ que ordene y embellezca nuestra vida, que nos nortee en lo personal, en lo social, en lo institucional, porque de lo contrario, prevalecerán las células egoístas, violentas, y enfermizas que nos desordenan. Y es el conjunto el que enferma. Nos jugamos la salud del organismo completo.
Hablamos de vivir plenamente y no conformarnos luchando contra el caos. Igual valdría la pena descifrar tal sentido, tal orden, tal ‘logos’. Lo que somos en nuestro ADN más genuino. Y vivir en consecuencia. El egoísmo y la muerte parece que quedarían vencidos o al menos desactivados.