El primer signo de religiosidad fueron los enterramientos. Durante milenios se practicó el entierro natural –sin químicos, en contacto con la tierra, la masa microbiana y vegetal, y de baja profundidad–, que es el más ecológico. Hay un retorno a ese modelo. Según un informe de la NFDA –la mayor asociación mundial de entidades funerarias–, el 60% de estadounidenses se interesa por este final para su cuerpo.
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Los enterramientos tienen fuerte impacto medioambiental. El 85% de los materiales de enterramiento no son biodegradables y cada cremación emite 242 kilos de dióxido de carbono. En Estados Unidos, se usan cien mil toneladas de acero al año, 1,6 millones de toneladas de hormigón armado y tres mil metros cúbicos de líquidos contaminantes para enterrar.
Una sana alternativa es el entierro natural y en Reino Unido ya hay 300 cementerios de este tipo, que suelen ser preciosos bosques y praderas que se convierten en lugares de memoria, contemplación, meditación, consuelo, paz y unidad con la Creación.
El periodista John Lavenburg informa en ‘Crux’ de la inauguración de un gran cementerio natural como ampliación de un cementerio católico en Chicago. Este nuevo cementerio natural, llamado Pradera de Santa Kateri –primera santa nativoamericana–, ha sido diseñado con árboles, itinerarios y lugares inspiradores. Todo el material de embalsamamiento y enterramiento es biodegradable, y el proceso entero respeta y celebra la dignidad del cuerpo humano que enseña la sabiduría cristiana y lo devuelve a la naturaleza.
Convertir cuerpos en vida
Hoy que la sociedad oculta la muerte –y, por tanto, la vida– debemos recrear los cementerios para que nos ayuden a meditar, agradecer, vivir en comunión con las generaciones, hacer más ecológicos los entierros y convertir nuestros cuerpos en vida. Es hora de que cada diócesis funde nuevos cementerios naturales para la vida.