Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Cenáculo existencial


Compartir

Si anhelamos encarnar el mensaje del Señor, habrá que construir cenáculos vivos donde todos hablemos la misma lengua del amor y se dé el respeto a la diversidad como norma de relación. Sin embargo, para eso es imprescindible ampliar los límites de lo íntimo y conocido y viajar espiritualmente y/o físicamente más allá.



El Espíritu Santo sopla en todas partes y en todas las personas, por lo que, al salir de nuestros entornos mentales y materiales y conocer otras costumbres, parajes y personas, podemos acercarnos un poco más a abarcar su grandeza, universalidad y creatividad.

Una Torre de Babel

Hoy se da con dolorosa normalidad la vivencia de la diferencia en vez de la unidad; del gueto en vez de la integración social. Nos distanciamos como pueblos, barrios, razas, países y hasta como familias, amparados en lo complejo que se nos hace la comprensión de otras “lenguas”. El desafío es equilibrar el automático de seguridad de la propia tribu (justo y necesario para la supervivencia) con la fuerza de salir y experimentar a los otros con modos que nos pueden chocar, creencias que nos pueden espantar y normas que nos pueden coartar la conexión y la complementación recíproca.

De ahí la exigencia de salir del miedo y armarse de coraje para avanzar mar adentro en la diversidad, conservando la identidad y enriqueciéndola con la novedad, confiados en que el Padre está presente en ella y nos quiere hacer crecer como individuos y como totalidad.

Aprender y desaprender

Para construir cenáculos vivos debemos hacer el esfuerzo cognitivo y sensorial de adentrarnos en lo que otros valoran como bueno y normal, desde lo más domestico a lo más esencial. Un ejemplo es la comida donde, al degustar los platos que otros preparan, se puede entender un poco más su idiosincrasia, su historia y su necesidad. Contemplar lo que cuidan, cómo trabajan, cómo se mueven, en qué creen, sus rutinas y relaciones, nos puede dar pistas de su temple y carácter natural.

Dimensionar su geografía, riquezas y carencias nos ayudará a auscultar sus dolores, alegrías y las adversidades que han debido transitar. Para atesorar todo eso, habrá de desaprender prejuicios y observar con respeto, minimizando las comparaciones y etiquetas que se nos dan con tanta facilidad a la hora de adquirir nuevos conceptos y experiencias.

Miradas y sonrisas

Cuando nos percibimos radicalmente distintos a otros pareciera que los puentes de conexión no están. Los códigos comunes se diluyen y se abre un abismo de tensión que puede ser el germen de un conflicto o destrucción. Sin embargo, Dios nos ha regalado dos bendiciones para fundar una nueva humanidad: mirarnos a los ojos y sonreír. El contacto visual es lo que nos humaniza y diviniza, despegándonos de la masa humana que nos puede alienar en carne, ropajes y cosas a acumular.

Sonreír nos ayuda a establecer un vínculo de empatía y solidaridad. No importa que hablemos diferentes idiomas, que vivamos en distintas partes del planeta o que le pongamos distintos nombres a Dios; una sonrisa auténtica y del alma nos funde en una sola corriente amorosa a las personas que quieren amar y vivir en paz.

Peligros y oportunidades

Si no trabajamos cada segundo por construir el cenáculo vital que el Señor nos vino a mostrar, estamos aportando a una torre de Babel letal. Si dejamos de mirarnos, de sonreír, de conocer, de aprender, de desaprender, de viajar más allá de nuestra zona de confort (ya sea física o mental), perdemos parte del cuerpo que todos formamos y tarde o temprano nos empezaremos a enfermar.

Por el contrario, si somos conscientes de cada célula que conforma a la humanidad, reconocemos su función, riqueza y singularidad, integraremos la hermosa complejidad que conformamos y obtendremos la tan anhelada salud personal y total. Dios palpita en todos los seres, solo es cuestión de obviar lo que nos separa y potenciar lo que nos une con curiosidad y asombro existencial.