MIÉRCOLES
Mientras Omella enseñaba a Sánchez la sede de la Conferencia Episcopal, un WhatsApp de la fontanería de Moncloa llegaba a la SER y a El País notificando un pacto de devolución de 965 bienes de la Iglesia al Estado. Ni pacto, ni devolución, ni 965. La nota conjunta posterior habla del informe de los obispos que corrige el listado errado de los registradores. Pero ya era tarde. La no verdad se instaló en los titulares. Difícil remontada. Que no imposible.
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JUEVES
Semifinal del Benidorm Fest. Es decir, de la preselección de España para Eurovisión. Rigoberta Bandini, la femineidad y un pezón gigante a modo de globo terráqueo en el escenario. Adolescencia social. Ella le canta a una teta y se toca un pecho y España se queda descolocada como si solo hubiera pasado un fin de semana desde el Interviú de Marisol o el descoloque ‘nocheviejero’ de Sabrina.
SÁBADO
Final del Benidorm Fest. Gana Chanel. Tema latino y con curvas. Sospecha de tongo que llegará hasta el Parlamento. Tensión que se traduce en amenazas e insultos a la artista seleccionada, obligada a cerrar su cuenta de Twitter. Cuando Eurovisión se convierte en cuestión de Estado y en foco de violencia verbal, la culpa no es del jurado, sino de una nueva normalidad que asusta todavía más que la vieja. Se cuestiona la superficialidad de la letra y la hipersexualización de la cantante. Pero pocos dicen que es una migrante cubana que sufrió discriminación por ser “morenita”. Ella no se jugó la igualdad en el verso del escenario, sino en la prosa de la calle.
DOMINGO
Evangelio del día. A Jesús le quisieron despeñar. Pienso en los intentos de derribo que sufre cualquiera. Pero, sobre todo, en la reacción posterior. Quedarse atrapado por el miedo y dejar a un lado la profecía. Reencarnarse en un mártir que justifica sus denuncias por el bullying sufrido. Ni lo uno ni lo otro. Seguir con la Buena Noticia, asumiendo el peaje de ser anuncio y denuncia.
LUNES
Tsunami parlamentario por los abusos. Podemos se reúne con las víctimas en el Congreso. Autocrítica. Mi memoria, quizás errada, me dice que, hasta la fecha, salvo sesión reservadísima, ninguna víctima ha hablado en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal. Hágase mirar. Sobre todo, si a nadie de la casa se le había pasado por la cabeza –y por el corazón– hasta ahora.