Chile, que celebra este 4 de septiembre un plebiscito constitucional, está ‘ad-portas’ de vivir un nuevo momento histórico impredecible y de aristas insospechadas para nuestro devenir político, social y económico. Sin embargo, si de algo hay certezas es que este país está seriamente fracturado, herido y que requiere un proceso de reparación lento y minucioso. La imagen del arte japonés kintsugi, en el cual es fundamental reconocer las roturas que poseemos, revisarlas e iniciar un proceso de restauración con oro puro, no es otra cosa que vínculos nuevos basados en el reconocimiento del daño provocado, la reparación posible y en el respeto al otro.
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Hasta antes del estallido social de 2019, muchos creíamos que nuestro país era un “jarrón de porcelana” que estaba cada día más reluciente y alcanzando los niveles de perfección europeos. Sin embargo, las fisuras fueron más fuertes que la contención de un “aparente” bienestar económico y “estallamos” en miles de pedazos que aún no logramos recoger, cuantificar, dimensionar, ni menos rejuntar.
Un relato común
Por lo mismo, creo que el gran desafío inicial es ordenar qué nos pasa como país en un relato común que no caiga en simplismos, revanchismos, en chivos expiatorios, en la vereda del frente, en partidismos ni reduccionismos y aborde la complejidad de lo que estamos viviendo como una gran oportunidad para crecer y madurar como país. El kintsugi deja las cicatrices de oro a la vista y eso hace el jarrón único y más hermoso que antes.
Para eso creo que es necesario verbalizar y hacer un relato común de la mayor cantidad de heridas que padecemos como nación, desde todos los sectores sociales, y luego ir “recogiendo” pedazo por pedazo para volverlos a pegar al jarrón original. No hay peor enfermo que el que se cree sano y, por ello, un diagnóstico común, medianamente aceptado, debiese ser una prioridad nacional.
No debemos ocultar más nuestros clasismos, machismos, soberbias, individualismo, resentimientos sociales, prejuicios, esnobismo, abusos, deshumanización y características propias de nuestra cultura a todo nivel, que debemos reconocer y mejorar. Sin embargo, en el proceso, habrá que recoger también toda la riqueza que acompaña esas heridas y que quedan desdibujadas cuando no se mira la totalidad.
La esperanza debe primar
Chile y su gente tienen muchos más recursos que déficits y la esperanza debe primar. Para eso, es vital hacernos cargo de nuestras propias responsabilidades, pedir perdón, cambiar modos de relación y comenzar a ser un testimonio vivo de “una amistad cívica”, como dice el papa Francisco, que permita ser puente entre las trincheras, apertura en la cerrazón, pregunta interpeladora en la conversación. Sin este primer paso, creo que cualquier avance puede ir en la dirección errada.
Pase lo que pase el 4 de septiembre, ya sea que triunfe el rechazo o el apruebo, en ambos casos lo vital es generar una tregua nacional, una especie de hospital de campaña que nos permita recuperarnos como país del estrés vivido después de estos años, para luego empezar a reformar sí o sí todo lo que se haya diagnosticado que necesita sanación, priorizando lo que no puede esperar.
Sé que quizás es una utopía plantearlo y pedirlo, pero creo que el cómo necesita unos quiénes con el norte claro que permitan guiar este camino sin interferencia egoísta ni interés de ningún tipo. Ojalá surjan voces que nos recuerden de tanto en tanto para dónde vamos, la importancia de conversar hasta entendernos, que somos un solo cuerpo y que no podemos ceder a la violencia ni a la paz barata.
Corazones llenos de amor
Esas voces solo pueden surgir de corazones llenos de amor, de mentes claras y de manos activas dispuestas a poner el espíritu de Chile en primer lugar. Estas voces no pueden venir solo de instituciones tradicionales, porque ellas mismas están desacreditadas, pero sí pueden surgir desde el pueblo mismo gracias a la tecnología actual. Se trata de líderes espirituales, religiosos/as y filósofos/as, sin dejar de lado los científicos/as, que nos inspiren una vez más. Hombres y mujeres sabias que nos hagan recordar lo esencial: que todos queremos vivir en paz.
- ¿Qué necesitamos preservar y cuidar? La generosidad con nuestra persona, tiempo y dones. Dar y darnos creo que es la base para poder conocer a otros en las calles, en el trabajo, en la familia y en todo lugar. Salir del individualismo y vincularnos con otros en forma sencilla, horizontal, relajada, con un hermano/a igual aunque piense o sea radicalmente diferente.
- ¿Qué revisar y renovar? Cómo cultivamos nuestro espíritu. Es necesario revisar con qué nos informamos, qué leemos, qué abre nuestra mente y la cuestiona, ir más allá de lo conocido y tradicional para aprender de otras perspectivas y comprender la complejidad de lo que vivimos y no encerrarse en miradas reduccionistas.
- ¿Qué nos ayudaría a enfrentar los desafíos que tenemos más colaborativa y corresponsablemente? Escuchar las realidades de otros, ir a ver las vidas de otros, ponerse en los zapatos de otros y sobre todo, conocer y amar el corazón de los demás. El contacto con los más pobres siempre ayuda a priorizar. Eso exige agenda, tiempo, espacio y la disposición a salir de la comodidad y dejarse sorprender por Dios y su generosidad. Desde dónde nos posicionamos es cómo sentimos y pensamos.