Vocero de la Conferencia Episcopal Argentina – Ya se ha convertido en un lugar común decir que las tecnologías de la comunicación han generado una transformación cultural de dimensiones incalculables. Algunos quieren ver en estos cambios sólo una moda pasajera, algo que dentro de un tiempo solamente servirá para afirmar que, una vez más, nada importante ha cambiado. Otros no piensan así, están convencidos de que los cambios apenas han comenzado y que el momento que vivimos es tan prometedor como desafiante.
Adhiero, y con entusiasmo, a esta segunda posibilidad. Creo que con nuestras computadoras y dispositivos móviles nos parecemos a aquellos propietarios de los primeros automóviles, que estarían deslumbrados por el instrumento con el que contaban, pero no podían imaginar entonces lo que llegaría a ser la industria automotriz y, menos aún, predecir lo que sería con el paso de los años el automóvil como fenómeno cultural. Es probable que se sorprendieran al percibir las ventajas prácticas que tenían esos aparatos; pero no creo que pudieran ni siquiera sospechar las transformaciones que esos extraños carros sin caballos estaban a punto de provocar. Nadie por entonces hubiera relacionado esos prácticos descubrimientos con, por ejemplo, las terribles guerras que se avecinaban por el control de los países con petróleo.
Sin embargo, hay una diferencia importante entre los inventos de hace apenas un siglo y las nuevas tecnologías que ahora nos asombran. Éstas apuntan más al centro del ser humano y tocan fibras mucho más esenciales, modifican la manera en la que nos comunicamos y al tocar ese punto lo transforman todo. Se modifica la comunicación a nivel planetario y también con los amigos y la familia; está cambiando nuestra comunicación con las generaciones pasadas y con las futuras; y, lo más importante: se modifica nuestra manera de pensar y de sentir, se afecta la comunicación con nosotros mismos y, por qué no decirlo, también con Dios.
¿Hacia dónde van esos cambios? ¿Cómo será ese mundo que rápidamente se acerca? Esas son las primeras preguntas que se nos ocurren. En realidad son preguntas viejas, mejor dicho, anticuadas. Son preguntas hijas de la ansiedad de los que siguen viendo el mundo con el esquema anterior. Lo más sorprendente de estas tecnologías es que están eliminando este tipo de preguntas por un motivo tan simple como revolucionario: no tiene sentido la ansiedad porque ya no hay futuro. Al menos, en el significado que esa palabra tenía hasta hace poco.
Procesos acelerados
Esta aceleración de los acontecimientos ha provocado un fenómeno impensable: está asomando algo que suena propio de tiempos que se creían superados, algo que asociamos más con el medioevo que con la posmodernidad: está resurgiendo una actitud contemplativa ante la realidad. Las transformaciones que generan las nuevas tecnologías han venido acompañadas de la reaparición de palabras como meditación, espiritualidad, compartir, comunidad, y varias semejantes. Son palabras que relacionamos más con viejas imágenes de monjes y monasterios, que con pantallas, cursores y teclados.
Ante la aceleración de los procesos y la relativización del futuro estamos como perplejos, solamente mirando; procurando entender desde otro punto de vista diferente al que nos ofrece nuestra inteligencia. Mejor dicho, nuestra propia capacidad de pensar nos avisa que ella sola no puede dar respuestas, que hay que echar mano de otros recursos. Por algún motivo en nuestros días la filosofía, las religiones, las propuestas de autoayuda, las espiritualidades, saturan los estantes de las librerías y los espacios de la red de redes. Quizás también por esto, en el momento en el que entramos en la etapa más sofisticada del pensamiento humano, vuelven a escena las mejores tradiciones religiosas y al mismo tiempo reaparecen los más viejos y peligrosos irracionalismos.
Intentar saber hacia donde van los cambios es una reacción propia del siglo pasado. Ahora la pregunta primera y casi única es sobre el presente. Y no es qué va a pasar, no es una pregunta sobre los hechos. Es más bien dónde me quiero ubicar ahora, qué lugar elijo, desde qué valores y actitudes voy a responder a lo que la vida me propone. Las preguntas y las respuestas de estos tiempos hipertecnificados se plantean en el campo de la espiritualidad, la ética y los valores. Las transformaciones tecnológicas nos estimulan hacia la búsqueda interior, hacia preguntas sobre decisiones humanas y trascendentes.