¡El mundo, para bien o para mal, está en nuestras manos! Es urgente tomar conciencia de que somos cada uno de nosotros y nosotras las que aquí y ahora podemos y debemos ponernos en marcha para crear una alternativa a la destrucción del planeta y a la deshumanización de nuestro mundo, desde una propuesta ética, política y pedagógica.
Necesitamos recuperar, como dice mi compañera Pepa Torres, la ‘teología del grito’, un grito que se gesta en el silencio de nuestra conciencia y tiene una gama de expresiones tan amplia que va desde los dolores, sufrimientos, anhelos, pero, sobre todo, de las alegrías, los sueños en colectivo y de la necesidad de denunciar con valentía las injusticias. Desde nuestra condición de creyentes también necesitamos una Iglesia que defienda y reclame derechos universales para todas las personas, que sea madre y no madrastra y que ayude a tejer una solidaridad desde la reciprocidad. Debemos apostar por cuidar las relaciones que generamos, porque son el germen de la transformación la sociedad.
Ya no es una especulación, ni un secreto, ni una exageración, estamos inmersos en una auténtica crisis ‘ecosocial’. No se trata de una crisis accidental o del azar, la hemos producido nosotros y el sistema sobre el que hemos pivotado nuestro desarrollo, un sistema productivo y económico que se basa en el lucro y la economía crematística. Es el dios dinero el que está en el centro de todo, por encima de la dignidad de la persona y por ello del respeto al medio ambiente.
Todos somos responsables del planeta
Desde esta realidad, deberíamos de repensar cuál debe ser nuestra relación y responsabilidad con la madre naturaleza, así como con nuestras compañeras y compañeros, sintiéndonos personas colaboradoras de Dios Madre-Padre en la tarea de recrear y cuidar la creación.
Tomarnos en serio el cuidado de la naturaleza nos llevará a modificar nuestros hábitos tanto personales como colectivos y estructurales, porque seremos conscientes de que nuestros actos tienen consecuencias en el otro lado del mundo; hasta el punto de que nuestro estilo de vida occidental y nuestro bienestar lleva consigo el empobreciendo de otras muchas personas del llamado Tercer mundo, nuestro desarrollado mundo occidental lo es en beneficio de estos pueblos sobre los que recae el abuso de nuestra depredadora vida. Queda clara así, la estrecha relación entre las personas más empobrecidas y la fragilidad de un planeta maltratado y sobreexplotado por el ser humano.
De igual forma y de manera transversal como bien explica Silvia Federici: ‘El cuerpo de la mujer es la última frontera del capitalismo, por eso quieren conquistar el cuerpo de la mujer porque el capitalismo depende de él. Si las mujeres se ponen en huelga y no producen, el capitalismo se para”. Por ello, debemos tomar conciencia de la vulnerabilidad en la que nos movemos todos y también el planeta y por ello deberíamos ‘recolectivizar’ los cuidados para que dejen de estar instalados en el terreno de lo privado y pasen al plano público en el que todos y todas nos sintamos corresponsables en el sostenimiento de la vida en el planeta tierra.
No podemos vivir ajenos a los demás
Es un hecho, que el trabajo reproductivo y de cuidados que hacemos gratis las mujeres es la base sobre la que se sostiene el capitalismo explotador y depredador. Desde mi punto de vista, creo que el ecofeminismo puede aportar mucho a la transformación de este mundo enfermo. Necesitamos denunciar esta “economía que mata”, “cultura y política hegemónica” –pensamiento único– que va en contra de las bases de la vida y de las personas generadoras de vida. Tenemos necesidad imperiosa de proponer alternativas para reorganizar la económica y la política, distribuir el trabajo decente y digno, y recomponer los lazos rotos entre las personas y la naturaleza.
Ningún ser humano puede sobrevivir sin una interacción con la naturaleza y mucho menos sin recibir cuidados. Sin embargo, seguimos creyendo que podemos vivir siendo ajenos a la vida y cuidado de la naturaleza y de las necesidades básicas de todas las personas que habitamos el planeta y no solo el de una minoría que vivimos en el norte. Es cierto que solo son unos cuantos, en su mayoría blancos, los que estamos viviendo con el 80% de la riqueza del planeta, a costa de la población empobrecida que se concentran básicamente en el hemisferio sur. Y lo que es mucho más peligroso es que este reparto desigual está enraizado en nuestros corazones, perpetuando la centralidad del capital en todas las relaciones y motivaciones vitales y con ello, generando una profunda crisis ‘ecosocial’ que está amenazando la vida.
Debemos asumir con urgencia la responsabilidad de poner a la persona y con ello su vida en mayúscula en el centro, impidiendo la autodestrucción del propio ser humano.
No son dos, sino una sola crisis
Desde la esperanza de que otro mundo es posible, creo que el cuidado de nuestra casa común está en nuestras manos, es nuestra responsabilidad como personas. Por eso es urgente volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad con los demás y con el mundo y, sobre todo, que humanizar este mundo es una tarea que realmente merece la pena.
Las y los jóvenes nos preguntamos, ¿cómo es posible construir un futuro mejor sin pensar en la crisis ambiental y en el sufrimiento que crea en las personas más empobrecidas que genera este sistema basado en el lucro y en la rentabilidad económica?
El Papa, con lucidez, nos recuerda: “Cuando se habla de medio ambiente, se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (‘Laudato si”, 139).
¿Qué tipo de mundo queremos dejar a las personas que nos sucedan?