Durante muchos años, la humanidad relegó la dimensión emocional –que todos poseemos como parte constitutiva de nuestro ser, junto a la dimensión corporal, racional y espiritual– a lo subjetivo, lo femenino, lo irracional, lo privado, lo artístico y lo misterioso. Por décadas, pareció una frivolidad abordar las emociones y, por lo mismo, siguieron recorriendo la historia, con toda su fuerza y poder, como el ingrediente molesto, causante de conflictos, guerras y división a nivel personal y social.
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Las emociones existen y son parte de la vida y de las relaciones intra e interpersonales; son la “sangre” que nos recorre y que nos permite disfrutar y sufrir; vivir verdaderamente sin estar anestesiados. Sin embargo, por su complejidad, profundidad y su difícil encausamiento, emociones como la rabia, los celos, el amor, la tristeza y tantas otras fueron relegadas y aplastadas por lo racional y lo masculino que es medible y controlable.
Ya no es aceptable
Pero en estos tiempos ya no es recomendable, ni siquiera aceptable, el “analfabetismo emocional”. Esa expresión, acuñada por Salovey y hecha popular por Goleman, tiene relación con el subdesarrollo de las dos inteligencias llamadas “personales” por Gardner: la inteligencia intrapersonal, que es la capacidad de conocerse, controlarse y motivarse a sí mismo, y la inteligencia interpersonal, que es la capacidad de ponerse empáticamente en el lugar de otros y relacionarse con ellos.
Sobre el “analfabetismo emocional” hay que recalcar que abarca varios aspectos que debemos considerar. En primer lugar, no conocer la variadísima gama de emociones humanas y sus matices. Hay personas con amplia cultura en otros campos que no saben expresar sus sentimientos sino con expresiones generales e imprecisas, como “estoy bien” o “estoy mal”. Así, también, son signos de analfabetismo no reconocer esos sentimientos en uno mismo/a (aunque supiéramos el nombre teórico) y no reconocerlos en otros, desentendiendo el lenguaje verbal o no verbal con que esas personas intentan manifestarnos sus sentimientos. Por último, no saber encauzar esos sentimientos y emociones hacia el desarrollo de uno mismo como persona, hacia la consecución de una motivación dinamizadora y hacia el establecimiento de mejores relaciones con los demás.
Emociones y sentimientos, ¿lo mismo?
Las emociones son impulsos que comportan reacciones automáticas y constituyen un conjunto innato de sistemas de adaptación al medio. En cambio, los sentimientos son como bloques de información integrada, síntesis de datos de experiencias anteriores, de deseos y proyectos, del propio sistema de valores y de la realidad. La emoción es la reacción natural y el sentimiento es la emoción combinada con información.
Tampoco es lo mismo una emoción que un estado de ánimo y un modo de ser. La emoción suele ser intensa y su duración no muy larga. El estado de ánimo es una situación más apagada y difusa; es como el rescoldo de la emoción y suele ser mucho más duradera, puede permanecer desde unas horas hasta días e incluso semanas. El modo de ser, en cambio, es algo estable, constituido por lo genético y por toda la experiencia vivida. Lleva consigo una mayor propensión a unas emociones que a otras; se puede modificar, pero hay un núcleo que permanece, como genio y figura, hasta la sepultura. A esto le llaman identidad.
Finalmente, es necesario distinguir entre pensamiento y sentimiento. El primero es una elaboración intelectual de la mente, condicionada por nuestra educación, creencias, estilo de vida y sobre todo las relaciones que hayamos tenido. Los sentimientos, por su parte, surgen espontáneamente y son incontrolables, pero sí podemos “controlar” qué hacer con ellos.
‘La regla del que’
Incidamos ahora en ‘la regla del que’. Cuando nos relacionamos con la dimensión emocional y su complejidad, esta aclaración lingüística nos puede ayudar a distinguir con qué estamos lidiando, ya sea en la comunicación intrapersonal y la interpersonal. Cuando nos expresamos por pensamientos, usamos la palabra ‘que’. Decimos pienso que, creo que, siento que. Estas expresiones no pueden ser reemplazadas por ‘estoy’, porque la frase deja de tener sentido. Por ejemplo: pienso que no me quieres; no puede decirse: “estoy que no me quieres”.
Cuando expresamos sentimientos, utilizamos expresiones como ‘me’ siento, que pueden ser reemplazadas por ‘estoy’. Por ejemplo: me siento alegre = estoy alegre. Me siento herido= estoy herido.
Ampliando nuestro vocabulario emocional y mejorando la comunicación, una de las mayores dificultades en nuestros vínculos tiene que ver con la complejidad de los contextos y mundos de cada cual. No podemos jugar a los adivinos, pensando que los demás conocen lo que sentimos, pero sí podemos ayudarnos unos a otros usando comparaciones que den más información sobre la vivencia que estamos teniendo. Las comparaciones nos ayudan a expresar y trasmitir nuestros sentimientos a los demás, para que puedan dimensionar su intensidad, matiz e importancia para nosotros. Para esto podemos ayudarnos con comodines que “traduzcan” nuestro sentimiento a los demás.
El poder de las comparaciones
Algunos de ellos son las comparaciones en sus diferentes formas: “Como si…”, utilizando situaciones comunes para referir una vivencia; por ejemplo, “me siento como si fuera a reprobar un examen”. También sirve el “como cuando…”, haciendo referencia a experiencias similares que todos hayamos compartido; por ejemplo, “estoy feliz como si me hubiese ganado el premio mayor”. Los sabores, las reacciones físicas, la naturaleza, personajes y todo lo que nos sirva para dar cuenta como analogía o metáfora de lo que estamos sintiendo puede hacer puente de comprensión para los demás, como, por ejemplo, “me siento como Superman con la kriptonita con esta pandemia”.
Hay palabras que ayudan. Para enriquecer nuestro vocabulario y repertorio emocional, es altamente positivo conocer algunas palabras que nos pueden ayudar con cada emoción. En la medida en que tenemos más palabras, mejor nos podemos conocer a nosotros mismos, comunicarnos con los demás y mejorar nuestros vínculos. Sería muy recomendable aumentar los conceptos para cada estado; por ejemplo, si estamos alegres, podemos hacer mayores distinciones de este sentir, reconociendo si nos sentimos agradecidos, aliviados, cariñosos, confiados, contentos, dichosos, emocionados, entusiasmados, esperanzados, eufóricos, felices, ilusionados, orgullosos, predispuestos, radiantes, satisfechos, seguros o tranquilos.
Navegar sin naufragar
¿Cómo navegar por todo este mundo sin naufragar? Cualquiera de estas emociones y sentimientos puede ser un verdadero tsunami que nos inunda y no nos deja ver con claridad. Por lo mismo, es tan peligroso como ir manejando el coche con lluvia torrencial sin limpiaparabrisas en plena noche. Lo que nos sucede químicamente es que nuestro cerebro es dominado por la amígdala cerebral y por el cortisol que secreta nuestro sistema nervioso frente al miedo o la adversidad. Esta pequeña glándula corta todas las demás conexiones neuronales y, por lo mismo, dejamos de pensar y actuar racionalmente.
Para liberarnos de este “dominio” y evitar sufrir o causar sufrimiento extremo a los demás, y dejar actuar a nuestro cuerpo, espíritu y razón que complementen lo que se está sintiendo, lo mejor es la respiración. Inspirar lenta y profundamente permite que el oxígeno llegue a la amígdala y esta quede neutralizada. Las neuronas comienzan a funcionar y el espíritu se reconecta con lo importante y lo sustancial; el cuerpo se vuelve a centrar y a “obedecernos” para poder discernir y elegir cómo amar más y servir mejor.
Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo