Solo encuentro una cosa que se haya llevado con más secretismo que la negociación para formar Gobierno entre PSOE y Unidas Podemos: cómo ha recibido Añastro el resultado del 10-N. No se trata de que hiciese un análisis político, sino de la razón de por qué esta vez no ha habido ni siquiera un mensaje protocolario de felicitación al ganador. Seguro que se referirá a ello el cardenal Blázquez en la próxima apertura de la Plenaria de otoño. Pero sorprende esta falta de comunicación institucional, pues no se trata de un documento que tenga que ser ratificado por todos los pastores.
En todo caso, el abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias abarca, sin ninguna duda, también a la Iglesia, por lo que los canales de interlocución deberían estar más expeditos que nunca ante la posibilidad de que, dada la pasión entre los nuevos compañeros de colchón, sea la institución eclesial la más asfixiada.
Con sus picos febriles de anticlericalismo, es cierto, pero el PSOE ha ido entendiendo que la Iglesia no es un oponente, que está haciendo esfuerzos por resituarse en la sociedad a la luz del pontificado de Francisco. Incluso a costa de ganarse el desprecio de algunos fieles, que se sienten traicionados por no oponerse a la exhumación de Franco.
Es Unidas Podemos, sin embargo, quien necesita unos cursillos acelerados no tanto de cristiandad (que tampoco estarían de más) como de laicidad, para aprender a valorar, como hacen otras naciones europeas, el hecho religioso. Sin ese cursillo exprés, es posible que la frustración por no poder aplicar algunas medidas radicales de su programa económico y social les lleva a fijar su mirada en la Iglesia. Y tal vez entonces, la “cooperación moderna” que prometió Sánchez se quede otra vez en rancio anticlericalismo.