Supongo que a nadie le parecerá extraño si reconozco que, con frecuencia, me distraen muchas cosas cuando estoy en la capilla. El otro día fue una araña de un tamaño nada despreciable. Desde donde yo estaba sentada, parecía que estaba suspendida en el aire. Permaneció quieta un tiempo hasta que empezó a ascender y pude comprobar que, como era de suponer, colgaba de un hilo invisible que la sostenía. Tengo la sensación de que en muchos momentos de nuestra vida a nosotros nos pasa algo parecido. Las circunstancias y el propio proceso personal nos empujan a situaciones en las que nos podemos sentir colgados en el abismo, sin suelo firme sobre el que sostenernos, sin apoyos que nos ofrezcan la seguridad de que todo va a ir bien.
Antes o después todo ser humano comparte esta vivencia, pero la mirada creyente nos permite ir un poco más allá e intuir ese “hilo invisible” que nos sostiene de modo casi imperceptible. Puede resultar difícil, pero en esos momentos es cuando más necesitamos abrirnos a la confianza de que, aunque las apariencias lo desmientan, nos mantenemos colgando de Otro. Él, que nos quiere más que nosotros mismos y busca nuestro bien, puede convertirse en esa hebra desde la que ascender y sacar nuestra mejor versión. Quizá fue solo una distracción, pero esa araña me ha dado mucho que pensar…