“Si digo emigrante digo el color de las privaciones, el color de la gratitud, el color de la soledad, el color de la intemperie, el color del hambre, el color de las heridas, el color de la enfermedad, los colores que van del miedo a la angustia, a la desesperación, a la muerte”. Hace cinco años, Santiago Agrelo escribió, hablando de los emigrantes, un libro “de colores” al que se entraba por una puerta en cuyo umbral se leía como final del párrafo anterior: “Si cruzas ese umbral te encontrarás con el mundo de colores que ofrece la vida, más variados y fuertes que los de un arco iris”.
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También, en el umbral del comienzo del año, quiero decir algo sobre los colores para teñir mis sueños en torno a la pastoral migrante para el 2020. Un año nuevo, como un niño que comienza a vivir. Y los niños colorean muy bien sus sueños.
A este respecto recuerdo uno que dibujando la composición de su clase dijo que esta era como un arco iris. Le pregunté qué quería decir con eso, y él me lo explicó: “En clase, hay compañeros de todos los colores de piel: asiáticos, árabes, africanos, malgaches. Hay alumnos a quienes parece no gustarles eso, entonces yo les digo a mis compañeros: ‘Dios ha creado el arco iris, me imagino que le gusta'”.
Ese es mi sueño de colores para 2020 respecto a migrantes: que el gran número de derechos humanos conculcados desaparezcan; y, en cambio, estallen de vida, en mil colores, esos derechos humanos que a ellos tanto les afectan. Y que se cumplan los deseos eclesiales que el Papa propone en los 20 puntos para la actuación pastoral con los migrantes
No voy a describir todos los puntos. Pero sí apuntar algunos basados en los verbos básicos que el Papa propone (acoger, proteger, promover, integrar) como síntesis de una acción clara y decidida. Y necesaria. Como el pan de cada día del nuevo año.
- Acoger: aumentar las rutas seguras y legales para los migrantes y refugiados evitando por ejemplo la expulsión colectiva o arbitraria de migrantes y refugiados. O multiplicarse las vías jurídicas para la migración o la reubicación segura y voluntaria. El valor de la seguridad de cada persona, arraigado en un profundo respeto por los derechos inalienables de los migrantes. Y otras muchas concreciones para dicha acogida especialmente cuando los falsos y fáciles populismos se están cebando con ellos. La hospitalidad como señal distintiva frente al “no tienen sitio en la posada”.
- Proteger: defender los derechos y la dignidad de los migrantes y refugiados dando un enfoque integral de la cuestión de la migración, teniendo en cuenta las múltiples dimensiones de cada individuo donde el derecho (y la defensa de) a la vida es el más fundamental de todos los derechos, y no puede depender del estatus legal de una persona. O que los incumplimientos de derechos en los CIE desaparezcan. Y los mismos CIE también.
- Promover: apostar por el fomento claro de un desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Los países deberían incluir a los migrantes en sus planes de desarrollo nacional valorando y asumiendo para ello las capacidades y competencias de los mismos migrantes garantizando por ejemplo, entre otras muchas acciones, la igualdad de acceso a la enseñanza. O aumentar los fondos para la cooperación al desarrollo internacional y al apoyo humanitario enviados a los países que reciben una afluencia significativa de refugiados y migrantes.
- Integrar: recoger la llamada de la Iglesia española en su documento ‘La Iglesia servidora de los pobres’: “Ya va siendo hora de reconocer lo que han hecho los emigrantes en la sociedad y en la Iglesia en España”. Por tanto, mayor participación de migrantes y refugiados para enriquecer las comunidades locales. Porque esto representa una oportunidad de crecimiento mutuo tanto para las comunidades locales como para los recién llegados. No lo olvidemos.
El título de del libro de Agrelo podría haber sido: ‘Emigrante: el color de la vulnerabilidad’, ‘Emigrante: el color de las lágrimas’, ‘Emigrante: el color de la noche’. Pero entendió –con razón– y así quedó escrito, que, en ese camino de pasos innumerables de privaciones, agradecimiento, soledades, intemperies, hambres, heridas y enfermedades… el color predominante era el de la esperanza. Por ello el título del libro se quedó –también con acierto y razón– en ‘Emigrante: el color de la esperanza’.