El dilema de la maldad ha obsesionado a los teólogos, filósofos y cristianos por cientos de años. La maldad en nuestros días es una realidad que nos afecta a todos. Está presente en los diferentes ámbitos de nuestra vida, desde la política hasta la economía, pasando por la cultura y la sociedad en general.
Con tanto dolor que nos sensibiliza, la gente comienza naturalmente a hacer preguntas como estas: ¿por qué Dios permite que sucedan cosas malas? o ¿si Dios es tan poderoso y bueno, por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? Estas son preguntas válidas que merecen respuestas en tiempos de dolor y deben ser respondidas con sinceridad y verdad.
La maldad es una manifestación de los más bajos instintos humanos, como el egoísmo, el odio y la violencia. La maldad se manifiesta de diferentes formas. En primer lugar, está la violencia física. Esta es la forma más evidente de la maldad, es el uso de la fuerza para imponer la voluntad de uno sobre los demás. Esto se ve a menudo en los conflictos armados, en la violencia doméstica y en la violencia callejera.
En segundo lugar, está la violencia psicológica. La cual se produce cuando un individuo usa el lenguaje, las palabras o la manipulación para controlar, herir o intimidar a los demás. Esta forma de maldad se ve a menudo en los abusos emocionales, en los acosos escolares y en la manipulación de personas por motivos políticos o religiosos
Combatir la maldad
En tercer lugar, está la maldad económica. Esta se manifiesta cuando un individuo o un grupo de personas usan el poder económico para controlar o explotar a los demás. Esto se ve a menudo en los casos de corrupción, en la explotación de trabajadores, en la desigualdad de ingresos y en el enriquecimiento injusto. En cuarto lugar, está la maldad social. Esta se produce cuando una persona o un grupo de personas usan su posición social para discriminar a otros grupos sociales.
El racismo, el sexismo y la homofobia. La maldad es una realidad en nuestra vida cotidiana. Pablo dijo: “porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad”. Romanos 1,18
Fuimos hechos a imagen de Dios y Él nos ha dado libre albedrío de decidir cómo actuamos y la habilidad de tomar decisiones morales. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de tomar decisiones egoístas, malvadas y centradas en nosotros mismos. Cuando eso pasa, las personas resultan heridas. Hacer nuestra propia voluntad es mucho más común y definitivamente más fácil. Pero, afortunadamente, hay muchas formas de combatir la maldad.
Estas incluyen educar a la gente sobre los efectos negativos de la maldad, establecer leyes para prevenir y castigar la maldad y fomentar la empatía y la tolerancia entre las personas. Si todos hacemos un esfuerzo para combatir la maldad, podemos hacer un mundo mejor para nosotros mismos y para las generaciones venideras. No podemos culpar a Dios por las tragedias en nuestro mundo, debemos más bien culparnos a nosotros mismos o a quienes han ignorado quién es y lo que es Dios.