Comer almendras


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Mientras caminábamos por la orilla del mar, cumpliendo el precepto médico, comenzó a ponerse tensa nuestra conversación. No puede, ser le dije, tienes que mirar al corazón y no tanto a la cabeza. En la cabeza se fraguan las ideologías que nos juzgan, nos hacen creernos superiores, nos separan, nos enfrentan, crean violencia y acaban matándonos. Tú dices de ti mismo que eres muy católico. ¡Me asusta tanta grandeza! Rebusca en lo más profundo de tu ser y aprende a ser más samaritano y no olvides la regla de oro evangélica: con la misma vara que midáis seréis medidos. Creo que no debo seguir hablando.



Discurría su enfadado monólogo sobre cómo nos invaden los moros (por cierto, moro significa maduro) y cómo no se integraban con nosotros. Yo conozco algunos que, sí conviven, le dije, quizás en mayor proporción que las comunidades alemanas, belgas, inglesas (entiéndase Reino Unido), … o chinas. Pero de esas nunca hablas. Es cuestión de dónde pones el foco y por qué. La reflexión debe ser más profunda y menos visceral, a no ser que busques un chivo expiatorio, que es lo que suele pasar en la sociedad decadente, y en muchos de los políticos que nos representan, cuando no saben dar respuestas positivas a los problemas reales que, por su inanición y falta de visión de futuro, se les ha escapado de las manos. Creo que te falta empatía.

Diseno Sin Titulo 32

La amígdala

El otro día, en las largas horas del tren de vuelta a casa, devoré la novela Almendra, de la escritora y directora de cine surcoreana Won-Pyung Sohn. A veces casi es mejor que personas, como el que paseaba conmigo, sufrieran un poco de alexitimia (pido perdón, es una enfermedad rara que nadie debía padecer). El protagonista de la novela la padece, pues era incapaz de reconocer y expresar emociones como el miedo, el odio, el disgusto, la tristeza… el amor.  Por tanto, no se enfurecía, no lloraba porque no podía sentir nada.

A la madre del protagonista le dijeron los médicos que la amígdala (almendra en griego) de su cerebro, que es la que se encarga de crear emociones y empatía, no creció suficientemente y por eso no genera emociones que le hagan sentir. La madre del protagonista, en un intento desesperado para que creciera la amígdala de su hijo le obligaba a comer todos los días almendras.

La autora, durante toda la novela, y con los distintos personajes que la habitan escarba en el sentimiento de la empatía como elemento de redención. Y el samaritano se acercó, lo miró, se conmovió y lo llevó con él. ¡Ánimo y adelante!