Te has dado cuenta de cuántos planes de renovación existen hoy en el mercado. Muchos. Conocemos aquellos que nos invitan a cambiar de coche, de electrodomésticos, a renovar el armario de ropa pasada de moda, hay ofertas para que te cambies de casa, te invitan a revitalizar tu imagen con cremas, dietas, ejercicios, maquillajes…
Todo está en constante movimiento y siempre hay como una constante y reiterada invitación al cambio. Porque en un mundo de oportunidades comerciales es muy importante la imagen que das a los demás. Aunque esta imagen solo sea de lavado de fachada o de una capa de maquillaje o cambio de estética.
Pero quién se preocupa del interior de la persona, de la felicidad que nos hace ser y aceptar nuestra existencia, de la mirada que da sentido a nuestra vida, de la esperanza que nos mantiene en el gozo y nos hace superar el dolor y la frustración, quién nos proporciona elementos que nos ayuden a respetarnos, a querernos, a salir de nosotros mismos o a construir una vida con cimientos seguros.
Esta sociedad que llaman ya líquida, pero que más que nada es fracturada, asemeja a pequeños tablones de un barco demolido que flotan cubriendo la superficie del océano, con un náufrago agarrado fuertemente en cada uno de ellos. No hay proyecto común, hay mucho individualismo ¡Sálvese quien pueda!
El pasado miércoles hemos comenzado en la Iglesia el tiempo de Cuaresma, también presentado como tiempo de renovación y de salvación. Me imagino este tiempo como el comienzo de una danza para dejar que nuestros pies y nuestro corazón vuelen al ritmo que nos marque Dios, al susurro de su música que nos llene de esperanza. Me imagino a todos juntos, como un grupo de danza, buscando la sintonía entre unos y otros, haciendo comunidad.
Ahora más que nunca debemos escuchar y amoldar nuestro corazón para caminar unidos, es tiempo de aligerar nuestras cargas, de soltar el lastre inútil que nos impide la peregrinación por estar demasiado ocupados en nosotros mismos. Es tiempo de buscar estrategias de vida, de ilusionarnos con el camino y no sólo con la meta, dejándonos acompañar por Aquel que reconocemos como el Camino, la Verdad y la Vida.
Alcemos las manos, llenemos nuestro corazón de ternura, nuestros labios de alabanzas, nuestros actos de agradecimiento, nuestras súplicas de perdón y misericordia. Los tiempos de renovación y conversión deben ser ilusionantes, nada de angustiosas tristezas, pues no pretendemos cambiar de ropa o de maquillaje, sino de corazón. Porque no buscamos salvarnos solos, sino con nuestra comunidad. Por eso la cuaresma es un tiempo de Gracia, y por tanto de alegría y esperanza. Comienza la danza. ¡Animo y adelante!