Hace unos días saltaba la noticia de la operación de un tumor cerebral a Oliver, un niño de origen malagueño, aunque procedente de México. Desde la disposición del equipo médico para realizar la intervención quirúrgica hasta la generosidad de un empresario anónimo, que ha facilitado su traslado –pagando los casi 200.000 euros que costaba–, todo en torno a esta situación mostraba la preocupación por cuidar y salvar una vida afligida por la enfermedad y el dolor.
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En la Biblia, la enfermedad se entiende normalmente como un castigo por los pecados cometidos. Así lo vemos en muchos textos. Por ejemplo, este de 1 Sam 16,14: “El espíritu del Señor se retiró de Saúl. Y un mal espíritu comenzó a atormentarlo por mandato del Señor”.
Los sabios recomiendan ir al médico
Si la enfermedad es castigo –según la mentalidad bíblica–, entonces la curación vendrá cuando el fiel sea capaz de ajustarse al querer divino. Sin embargo, los hombres de la Biblia saben que a veces las enfermedades y dolencias son contumaces, hasta el punto de que persisten incluso cuando existe un comportamiento adecuado, religiosamente hablando. Por eso, los sabios también recomiendan acudir al médico.
Permítaseme citar por extenso un texto en el que se percibe esa ambigüedad de la enfermedad en la que tanto Dios como el médico ocupan su lugar:
“Honra al médico por los servicios que presta, que también a él lo creó el Señor. Del Altísimo viene la curación, y del rey se reciben las dádivas. La ciencia del médico le hace erguir la cabeza, y es admirado por los poderosos. El Señor hace que la tierra produzca remedios, y el hombre prudente no los desprecia […] Él es quien da la ciencia a los humanos, para que lo glorifiquen por sus maravillas. Con sus medios el médico cura y elimina el sufrimiento, con ellos el farmacéutico prepara sus mezclas. Y así nunca se acaban las obras del Señor, de él procede el bienestar sobre toda la tierra. Hijo, en tu enfermedad, no te desanimes, sino ruega al Señor, que él te curará. Aparta tus faltas, corrige tus acciones y purifica tu corazón de todo pecado. Ofrece incienso, un memorial de flor de harina y ofrendas generosas según tus medios. Luego recurre al médico, pues también a él lo creó el Señor; que no se aparte de tu lado, pues lo necesitas: hay ocasiones en que la curación está en sus manos. También ellos rezan al Señor, para que les conceda poder aliviar el dolor, curar la enfermedad y salvar tu vida. El que peca contra su Hacedor, ¡caiga en manos del médico!” (Eclo 38,1-15).