No se me van de la cabeza las imágenes de la gota fría que ha atravesado España. Ríos desbordados, riadas arrastrando todo cuanto se encuentra a su paso, viviendas inundadas, negocios destrozados y vidas puestas en juego. Me impresiona mucho lo que supone que, en cuestión de minutos, se pierda todo aquello que simboliza la propia casa.
No pude evitar acordarme de la frase de un salmo: “Que el Señor cambie nuestra suerte como los torrentes del Negueb” (Sal 126,4). La orografía y el clima de Palestina hacen que, en muy poco tiempo, pequeños riachuelos casi secos a veces se transformen en torrentes desbocados.
Lo radical del cambio de caudal del Negueb le sirve al salmista para expresar un deseo: que Dios actúe y varíe de modo drástico la suerte de su existencia. Dejando a un lado la situación de las víctimas de esta catástrofe meteorológica, el ardiente deseo de este salmo solo lo entienden quienes sufren en lo profundo, junto con aquellos a quienes les quema por dentro la situación de tantos sufrientes.
Ojalá no nos hagamos impermeables al dolor ajeno y anhelemos también que los afligidos que nos rodean descubran esa misteriosa potencialidad que esconde el dolor de hacernos crecer y sacar nuestra mejor versión.