Cómo promover una cultura de la paz en tiempo de guerra


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La guerra de Ucrania, que de una manera u otra nos está tocando a todos, y las muchas otras guerras poco conocidas de nuestro mundo, nos llaman también a reflexionar de una manera especial sobre la paz y en cómo construir una cultura de paz. La paz no es sólo la ausencia de guerra. Exige conocimiento, colaboración y alianzas efectivas, solidaridad, eficacia y compromiso.



Por eso me parece muy pertinente la invitación que repetidamente nos hace el Papa Francisco a orar y actuar por la paz. Sabemos que las guerras se oponen al plan de Dios y crean mayores problemas, que la guerra nunca es la respuesta y que debemos ser constructores de paz. Jorge Debravo un poeta costarricense decía:

No te ofrezco la paz, hermano hombre,
porque la paz no es una medalla:
la paz es una tierra esclavizada
y tenemos que ir a libertarla…
Con arrojarnos al amor nos basta.

El amor nos impone como necesidad vital para la paz y el bienestar de la humanidad, promover el diálogo intercultural e interreligioso y silenciar las confrontaciones estridentes y degradantes. De no seguirse esa perspectiva intercultural e interreligiosa corremos el peligro de promover y sacralizar la globalización de la violencia.

Es necesario forjar senderos de diálogo, reconocimiento mutuo y respeto recíproco y, sobre todo, de vínculos de solidaridad y misericordia. En muchos países no tenemos guerras, pero la xenofobia y las actitudes contra los emigrantes han ido creciendo peligrosamente y hoy somos más conscientes de la persecución que muchos cristianos sufren en el mundo y de los nuevos mártires.

Debemos trabajar todos en la construcción de un mundo sin fronteras, donde todos se sientan en casa; donde no haya discriminaciones ni étnicas, ni culturales, ni religiosas; donde se viva un espíritu de respeto, de diálogo y de tolerancia; donde se trabaje por la paz en la justicia; donde sepamos aceptar las diferencias; donde los niños puedan soñar en un mundo mejor.

Que canten los niños, que alcen su voz

Cuando hablamos de paz hay que pensar en los niños y en el mundo que van a heredar. Si queremos que la paz sea posible debemos empezar por ellos. Gandhi decía: Si queremos alcanzar la verdadera paz en este mundo y si queremos llevar a cabo una verdadera guerra contra la guerra, deberemos comenzar con los niños. Y si ellos crecen unidos de su inocencia natural no tendremos que luchar más, sino que iremos del amor al amor y de la paz a la paz.

Hay situaciones ante las cuáles no podemos quedar indiferentes. Podemos pensar en los niños y niñas «soldado»; en los niños que cada año asisten a episodios de violencia doméstica, en los niños obligados a trabajar, a niños utilizados en actividades peligrosas y, por lo tanto, intrínsecamente violentas; en los niños y niñas involucrados en prostitución y pornografía, y a las víctimas del tráfico de menores con tal fin.

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Es importante conocer y hacer conocer esta realidad, rezar por estos niños y en la medida de nuestras posibilidades formar parte de las asociaciones que luchan contra esta lacra, que avergüenza a la humanidad. Sabemos que hoy, por desgracia tanto en las sociedades del Norte como en las del Sur, los niños constituyen el eslabón más frágil y vulnerable. Es un drama que no conoce fronteras geográficas o sociales y golpea a millones de menores también en los países avanzados económicamente, porque hunde sus raíces en una cultura y en unos comportamientos que no reconocen al niño como portador de derechos y como persona a la que hay que escuchar con gran atención.

Una cultura de paz tiene como primer paso la defensa de los derechos de los niños, niñas y adolescentes, que debemos llevar profundamente anclada en nuestros corazones, conscientes de que los niños y jóvenes de hoy serán los hombres y mujeres que mañana podrán cambiar con sus actitudes y convicciones, todo tipo de práctica que va en detrimento de la paz.

El mejor antídoto: humanizar y luchar contra la indiferencia

Personalmente estoy convencido de que uno de los mayores problemas que hoy vivimos es el de la deshumanización. Nuestra sociedad con sus innegables avances ha olvidado ciertas dimensiones que siguen siendo fundamentales al ser humano. Aunque el centro de la temática actual es el hombre-mujer, no cabe duda que el avance unilateral del progreso ha dejado en la sombra aspectos esenciales de su ser. Y peor todavía, no debemos olvidar, que para muchos el problema es carecer de lo mínimo necesario. Una cultura de la paz nos compromete a responder a las necesidades básicas de nuestros semejantes.

Una cultura de paz es ayudar a adquirir una adecuada jerarquía de valores que dé sentido a la vida humana. Una cultura de paz debe favorecer el desarrollo de la interioridad, del amor gratuito, de la entrega generosa. Una cultura de paz es lograr que los jóvenes integren en su persona lo racional, con lo emotivo; los sentimientos y los instintos, la voluntad y la fragilidad. Hoy es importante que ofrezcamos una propuesta humanista integradora y con bases éticas ya que uno de los mayores problemas que vivimos es la deshumanización en la que estamos cayendo.

A la deshumanización se suma la indiferencia. El Papa Francisco, en su mensaje del día de la Paz del 2016 nos ponía en guardia de lo que llamaba la globalización de la indiferencia. Puede ser que estemos bien informados, pero todo queda en un conocimiento vago que no nos compromete ni despierta nuestra compasión. Por eso el Papa nos invita a promover una cultura de la misericordia para vencer la indiferencia y nos haga creativos en la búsqueda de acciones solidarias.

El grito del pobre y el grito de la tierra

La tierra es nuestra casa común, en ella nos realizamos como personas, nos encontramos con los demás, descubrimos a Dios. El Papa Francisco, en la Laudato Si, nos invita a partir de una perspectiva sistémica que nos hace sentirnos miembros de dos comunidades. Por una parte, somos miembros de la humanidad y por otra pertenecemos a la casa tierra. Si queremos construir una cultura de paz debemos comprometernos con una ecología integral que responda a los gritos de los pobres y al grito de la tierra.

Ambas pertenencias nos comprometen éticamente y nos invitan a una conversión. Ambas dimensiones deben estar presentes en nuestra cultura de la paz. Como miembros de la humanidad estamos llamados al respeto de cada persona y a la defensa de sus derechos, especialmente los de los pobres y más vulnerables.

Como miembros de la tierra nuestra casa común, estamos llamados a vivir un nuevo estilo de vida asentado en el cuidado, la compasión, la sobriedad compartida. Una real alianza entre la humanidad y el ambiente. El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado (LS. 5). Esto supone un cambio de una visión antropocéntrica a una visión ecocéntrica, en la que nos sentimos todos en relación con todas las criaturas, de acuerdo al nuevo paradigma que hoy se abre camino, y que con San Francisco nos hace pedir al Señor: hazme un instrumento de la paz.

Conclusión

La paz es posible, viendo el panorama actual, parece un sueño y una utopía. Pero debemos confiar en la capacidad que todos tenemos de construir un mundo más humano inspirado en los valores del Evangelio en diálogo con todas las religiones y los hombres y mujeres de buena voluntad. Ojalá sea un día realidad y ojalá hayamos nosotros hecho posible esta bella visión de nuestro futuro: Llegará un día en que los niños aprenderán unas palabras que les costará comprender Los niños de la India preguntarán ¿Qué es el hambre? Los niños de Alabama preguntarán ¿Qué es la segregación racial?  Los niños de Hiroshima preguntarán ¿Qué es la bomba atómica?  y todos los niños de todas las escuelas se preguntarán ¿Qué es la guerra? y tú serás quién, habrá de responder: Son nombres de cosas caídas en desuso como las diligencias, como las galeras o la esclavitud. Esas palabras ya no quieren decir nada, por eso las retiramos del diccionario (Jean Debruyne).


Por Hno. Álvaro Rodríguez Echeverría, FSC. Ex superior general de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y colaborador de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos