¿Cómo puede ser?


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Esta pregunta se repite en nuestros corazones y en nuestras conversaciones desde hace varios días. Quizás no nos hemos dado cuenta pero se trata de la misma pregunta que Lucas pone en labios de María luego de escuchar el anuncio del Ángel: “¿cómo puede ser eso?” Además de la expresión de un momento de asombro, es una pregunta que seguramente María repitió muchas veces en su vida. Toda su existencia debe haber estado atravesada por esa pregunta, desde ese momento inicial hasta la cruz en el Gólgota, y aún más allá, cuando estaba encerrada con los discípulos por el temor que los paralizaba. Toda la vida de María es una respuesta a esa pregunta, es un sí al misterio anunciado: “porque nada es imposible para Dios”.

En nuestros países acostumbrados a “los riesgos calculados”, “las expectativas razonables”, “los presupuestos transparentes”, “las agendas organizadas” repentinamente irrumpió “lo imposible” y nos encontramos tan perplejos como María ante el Ángel. La joven virgen escucha “porque no hay nada imposible para Dios” y dice que sí. Amén. Deja que lo imposible irrumpa en su vida y a partir de ese momento ella es “la servidora del Señor”. Su vida entera estará marcada por esa pregunta “¿cómo puede ser?” y por esa respuesta de aceptación de lo imposible.

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Amén

Las expectativas y los presupuestos de nuestro mundo tecnificado han volado por los aires. Lo imposible camina por nuestras calles. De un día para el otro caímos en la cuenta de lo que era obvio: somos frágiles, de una fragilidad inconcebible, de una fragilidad que por mucho que intentemos disimular nos persigue a cada paso. Lo imposible “derribó a los poderosos de su trono … y despidió a los ricos con las manos vacías”. Solo es posible una respuesta: amén.

Ese “amén”, ese “sí”, parece resignación, entrega, abandono de la lucha, pero es todo lo contrario. Es el comienzo de la lucha desde la verdad, desde nuestra inmensa fragilidad, desde nuestra única fortaleza: la confianza, la más humana y conmovedora de las virtudes. Ese “amén” es aceptar la dimensión religiosa de nuestra vida, es dar lugar a esa voz tantas veces acallada pero que está ahí: no somos dioses, por encima nuestro sí hay un Dios. Aunque lo hayamos relegado al fondo de nuestro ser, detrás de actividades interminables o de ritos vacíos de sentido, allí está Dios y lo sabemos, aunque no lo sepamos expresar. 

“Lo imposible” está entre nosotros, no es una mala noticia. La mala noticia era la anterior: creer que lo imposible no existía y que todo estaba en nuestras manos. No es una mala noticia saber que nuestra vida no está en nuestras manos, sino en las de un “Padre nuestro que está en el cielo”.