En la última entrega de este blog entraba en escena el cartel de la Semana Santa de Sevilla 2024. En gran parte, estuvo dedicado a la desnudez del Resucitado, que, al parecer, era una dificultad para muchos. Ahora me gustaría abordar otro asunto por el cual pasé de refilón. Y ese asunto es el dolor.
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Ya dije que, a muchas personas, lo que les ha molestado ha sido que el cartel presentara un Resucitado sin apenas señales de la pasión (agujeros de los clavos y lanzada en el costado). Porque, a fin de cuentas, esa pasión sería la esencia de la Semana Santa, en cuanto momento decisivo de todo el acontecimiento redentor de Jesucristo.
De hecho, la iconografía semanasantera de Cristo suele pivotar en su mayor parte sobre el sufrimiento. Y eso independientemente del lugar: ya estemos en Andalucía, Castilla o Murcia. Aunque eso no quite para que la Semana Santa también presente formas diversas, según los lugares: más adusta en Valladolid o Zamora; más barroca en Sevilla o Málaga; más festiva en Murcia o Lorca.
Pero el hecho del dolor suele servir de elemento unificador. Así, parecería que es el sufrimiento de Jesús en su pasión y muerte lo que únicamente generaría la redención. De tal modo que la resurrección quedaría casi como un mero apéndice cuya única función sería la de conseguir el ‘happy end’ a la historia. Así se ha entendido muchas veces y ha quedado perfectamente reflejado, por ejemplo, en la famosa película ‘La pasión de Cristo’, de Mel Gibson: es lo que explica la dura escena de la flagelación, donde parece que la redención va ligada a la abundante sangre derramada y a unas horribles torturas.
Entrega a los demás
La redención de Cristo no va solo de dolor, sino de entrega (que a veces, es verdad, conlleva sufrimiento). Jesús redime con toda su vida: con su predicación, sus milagros, sus gestos, y, por supuesto, con sus últimos momentos, que se convierten en algo así como la rúbrica de toda una vida entregada a los demás, haciendo que las personas pudieran encontrarse con su ‘Abbá’ y descubrieran así la dignidad de hijos de Dios y hermanos de sus hermanos. En este recorrido, también la resurrección tiene un papel: el de elevar la mirada para descubrir el nivel de nuestro verdadero horizonte.
Jesús no redime por haber sufrido mucho, sino por haberse entregado sin reservas: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).