El pensamiento humano ha evolucionado en todos los temas, la racionalidad no es solo un rasgo del ser, ser persona, sino una imperiosa necesidad en tiempos de relativismos y post verdad.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
En esta línea, la teología misma como disciplina sobre el estudio de Dios tuvo su impacto con la sentencia del importante teólogo alemán, Dietrich Bonhoeffer, cuando dijo: “Etsi Deus non daretur: ¡Vivir como si Dios no existiera!”, tomada del jurista Hugo Grocio.
Hoy en día, el ateísmo no sorprende, en cierto sentido es hasta justificable, y muy importante hasta respetable, en esa lógica de los Derechos Humanos y la libertad de conciencia.
Sin embargo, no vivimos únicamente en un mundo como si Dios no existiera, con la prefigurada ausencia — porque sí existe — sino que también se vive como si el otro no existiera.
La tentación del yoismo
El tema de fondo es que vivir como si el otro no existiera es un autoengaño, el otro existe, está allí, pero es mucho más fácil erigirse como amo absoluto del yo, y por ende, fabricarse un nosotros condicionado a ese yo autoritario.
La ausencia del otro, por ejemplo, en la persona, en esa construcción de la propia identidad desde la auto percepción, la auto representación, la auto descripción, en síntesis una suma del yo, más el yo, y el yo, que deriva en un minúsculo y restado yo.
Otro ejemplo de ausencia de la alteridad es cuando se cree que puede vaciarse un término tan noble como el de familia. Vivir en la familia como si el otro no existiera equivale a que si usted se quiere casar con su mascota, no hay problema; si se quiere unir en nupcias con una muñeca, no hay problema; o con un ente cibernético humanoide, no hay problema. Total, usted cree que puede vivir como si el otro no existiera.
Hasta este punto la cosa puede resultar justificada por el derecho personalísimo del yo, no obstante, ¿cómo se comprende este vivir como si el otro no existiera en la política?
No es muy difícil de imaginarlo, la visión sectaria de muchos grupos sociales y partidos políticos con su líderes lo demuestra, y no es un tema solo de dictaduras, en más de una democracia con toda sus letras, se vive como si el otro no existiera, y si existiese es para echarle las culpas.
Dios existe y el otro, también
El asunto es que Dios existe, aunque haya gente que no lo crea; y más aún, el otro existe, aunque la violencia simbólica, los discursos elegantes, las narrativas mediáticas, los algoritmos de todo el mundo digital pretendan negarlo.
El otro existe y está allí. — Y en mi caso —, incluso el otro (usted) está leyendo este artículo.
Por eso, los problemas sociales no son de unos, sino de todos. El principio de la interdependencia hace que lo que haga uno afecte a otro, aunque esté a millones de kilómetros de distancia, o a cinco pasos de camino.
Y como la interdependencia no viene sola, la alteridad también exige la responsabilidad compartida, y no hay excusa que valga, pues el hombre desde que es hombre aprendió a poner excusas, así como la de aquel político cuando dijo que, el problema del país vecino no era el suyo — específicamente sobre Venezuela —.
Lo más triste es que ese político no es el único que piensa así, como si el otro no existiera, y muestra de ello es el mismo Caín y su célebre excusa de que no era el guardián de su hermano, sumado al otro pésimo referente, Poncio Pilato, que lavándose las manos frente al inocente, creyó sacudirse la responsabilidad.
La buena noticia es que Caín hoy no es referente para nadie, pasó a la historia como el primer homicida, y Pilato, como el neutral pusilánime, preso del poder y la omisión.
Es que ha sido precisamente la afirmación de la existencia de Dios, la que hace comprender que hay que vivir como si el otro existiese.
Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey