Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Competir y disfrutar


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Pocas cosas despiertan tantas pasiones como el fútbol. Admito que no es mi caso, por más que recuerde a mi abuela materna escuchando por la radio los partidos del Athletic de Bilbao. Sea como fuere, este deporte es capaz de paralizar una nación y de convertir en héroes nacionales a unos deportistas. Todo esto me recuerda cómo uno de mis sobrinos, con apenas seis años, me contó el otro día que había ido con un campamento urbano a montar en una especie de “coches con pedales”. Mientras que me estaba explicando la actividad le salió de manera natural lo que, sin duda, había sido la consigna de sus monitores: “Pero no era para competir ni para hacer carreras, era solo para disfrutar”. Esa frase, que mi sobrino repetía con espontaneidad, me hace pensar dos cosas que encajan bien con el contexto futbolero que vivimos.



Los de mi equipo

La primera de ellas es la pregunta sobre si la competitividad es natural o aprendida, si la traemos de fábrica y hay algo en nuestro interior que nos lleva a compararnos y a competir con el resto o si, más bien, lo vamos incorporando con el paso del tiempo y el roce con los demás. Supongo que la respuesta no es tan sencilla como la disyuntiva que planteo, pero ¿en qué momento se empieza a ver al otro como un competidor y no como un colaborador? Quizá la pregunta más interesante es, más bien, ¿cómo hacer para cambiar la mirada y reconocer en el otro a un hermano y no a un contrincante o alguien con quien compararnos? Ese cambio de mirada es el que tiene que hacer una selección nacional, pues quienes en otras competiciones eran contrincantes, se convierten en compañeros de equipo, en colaboradores y no en amenazas. Vamos, lo que les decía Jesús a sus discípulos cuando le advertían de que había quien vencía al mal en su nombre pero sin ser de “su equipo” (cf. Mc 9,38-40).

Luis de la Fuente, manteado por los jugadores en la final de la Eurocopa / EFE

Luis de la Fuente, manteado por los jugadores en la final de la Eurocopa / EFE

Esta duda, que me surge sobre si disfrutar del fútbol tiene que ver solo con la victoria de nuestro equipo o si sabemos apreciar el juego “en sí”, me conecta con la segunda cuestión ante la instrucción que mi sobrino recibió al subirse al kart de pedales: ¡Cómo nos cuesta disfrutar “sin más”! Algo nos pasa que parece que se nos hace difícil percibir los pequeños y cotidianos placeres si no tienen una finalidad concreta o si no suponen una victoria frente a otros o ante uno mismo. Quizá la Buena Noticia está precisamente en acoger y disfrutar la presencia de ese Dios que reina en lo cotidiano y que Jesús era capaz de reconocer en los lirios del campo o en las aves del cielo (cf. Mt 6,25-31). Tengo la sensación de que la consigna que repite mi sobrino tiene mucho que ver, no solo con el fútbol o con los karts, sino también con nuestra vida cotidiana ¿no os parece?