El viaje de Francisco a Egipto no fue fácil. Así puede parecer a los ojos del mundo esta peregrinación a un país donde el número de mártires cristianos está en continuo aumento, un país convulso que precisamente ha sido tierra donde germinó el extremismo islámico en los años veinte del siglo XX de la mano de los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, al mismo tiempo, Egipto es también uno de los países que pueden presumir de una convivencia milenaria entre las diferentes religiones.
Y una vez más el Papa renunció a todos sistemas de seguridad que acompañan habitualmente a cualquier figura pública de su nivel en los traslados y a la hora de presentarse ante a la multitud. Pero, ¿cómo podría ir blindado en un país donde los cristianos arriesgan sus vidas cada vez que van a misa? ¿Cómo, hubiera podido comunicar que el suyo es un viaje de paz si no es con el lenguaje simbólico de los hechos, más fuerte que cualquier palabra? Como dejaron escrito los monjes de Tibhirine, en presencia de nuestros enemigos, no solo debemos orar al Señor todos los días para desarmarlos, sino también para desarmarnos. Renunciar a esa protección equivale simbólicamente a ese desarme.
Cargadas de valor simbólico también llegaron todos los encuentros de este viaje. A Francisco le gusta comunicarse con gestos más que con las palabras. Él sabe que los gestos hablan a todos al instante y llegan a los corazones sin mediador alguno.
Sus palabras, aunque de manera abierta y clara, a veces se llegan a tergiversarse en los medios de comunicación, que buscan analizarlas con la misma mirada que a los partidos políticos.Y esta búsqueda de una interpretación política hace rebajar la fuerza de su mensaje, para que sea igual a la de otros líderes, para ocultar la diversidad de su contenido.
Y es que este Papa no se limita a invocar y predicar grandes principios, sino que abiertamente habla de los males del mundo, poniéndoles un nombre y señalando quiénes son los responsables. Así quedó de manifiesto, cuando abordó los riesgos de determinados comportamientos políticos aparentemente aceptables. “Los acuerdos internacionales parecen ser más importantes que los derechos humanos”, dijo recordando los nuevos mártires en la basílica romana de San Bartolomé.
En este contexto de incomprensión voluntaria de sus palabras, sus gestos, entendidos de inmediato por cada uno de nosotros, adquieren un significado especial. Estar en Al-Azhar y devolver la visita al rector al-Tayyeb, significa comprometerse profundamente con la paz entre las religiones a toda costa, por encima de todo interés y protocolo. Por encima de cualquier riesgo.
La motivación de Francisco no es otra que hacer como Jesús, cuando se puso en medio de los discípulos, en el centro de la asamblea, como aquel que crea y da unidad, el que “atrae a todos hacia sí mismo”, como dice el Evangelio (cfr. Juan, 12, 32). Esta es la única propuesta de paz posible y se palpa en cada gesto, en cada visita, en cada encuentro.