Estoy tan acostumbrado a escuchar a Jesús paciente, altruista y misericordioso, que a veces me olvido de su súper inteligencia e ingenio. Como cuando se encontró con ese grupito de fariseos, que trató de contrapuntearlo con la Secretaría de Hacienda, incitando a la gente a no pagarle impuestos al César. “¿Pues quién aparece en esta monedita?”, les preguntó, y tras su respuesta, la frase maestra: “Denle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. ¡Bum! Jaque mate en dos movimientos. San Marcos comenta escuetamente que la gente se maravillaba de Jesús (Mc 12,13-17), pero estoy seguro que en esta época le hubiéramos hecho un meme con gafas oscuras, tipo thug life.
Esto me lleva a preguntarme: ¿Cómo reconciliar el amor a los demás con la realidad diaria del trabajo y la empresa? ¿Es posible tal encuentro? ¿Acaso no se trata la vida de hacer tanto dinero como podamos, procurando no portarnos tan mal? ¡Cuidado! Jesús sintetiza el mensaje del Levítico que prohíbe la idolatría, para inmediatamente hablar del trabajo en el lugar correcto y de la abundancia que sigue (Lev 26,1-6). En sus palabras, nadie puede servir a dos amos.
Pero el tema no es contradicción irreconciliable. Así como Jesús nos pone claras las prioridades, también nos invita a usar nuestros talentos y a esforzarnos. En repetidas ocasiones vemos que sus discípulos seguían pescando. También está claro que al hacerle caso, su trabajo pasaba de infructuoso a súper abundante, capaz de reventar redes y hundir barcas (Lc 5,1-6).
Entonces, ¿cómo le hacemos? Para responder te invito a pensar en un producto muy popular, el que tú quieras. Sí, que la gente compra sin que nadie se los venda, porque verdaderamente le sirve. Y ahora piensa en esos productos que fueron populares y que ahora están en problemas, sujetos a demandas y restricciones regulatorias. Esos que le hacen daño a la gente. ¿Notas el común denominador? Lo que garantiza la demanda de un producto o servicio es su valor intrínseco. Valor genuino, en las cualidades mismas del producto.
¿Qué tal si llevamos el mandato de amor al quehacer diario? Nuestras empresas pueden dedicarse a generar valor sistemáticamente, en cada producto que fabricamos y en cada servicio que prestamos. Cuando la gente descubre el valor se vuelca a comprar, pues el despliegue de la propuesta de valor maximiza la demanda. Y cuando cada quien hace su parte, el bien humano avanza, como apunta Lonergan (1988)*. ¿Entonces el valor intrínseco me permite hacerme millonario mientras hago el bien a los demás? ¡Exacto! Y esto es inteligente porque es bueno. No al revés.
El amor a otros no tiene por qué estar en la periferia de la actividad laboral, sino entretejido en el centro de nuestro esfuerzo. Cada producto, servicio o experiencia puede ser un emisario silencioso que refleje nuestra vocación de entrega: “Lo mejor de nosotros, para ti”. Una y otra vez, en nuestro logro cotidiano. Tengo el gusto de conocer a múltiples hombres y mujeres de empresa con esta convicción. Es la certeza de que, además de negocios con fines de lucro, necesitamos también empresas con fines de encuentro.
*Lonergan, B. (1988). La Estructura del Bien Humano, en Método en Teología. Salamanca: Sígueme.