Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Con quién puedes hablar de verdad?


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Constato, como muchas otras personas, la sed de conversación y diálogo que hay en nuestro tiempo, a pesar de las enormes posibilidades tecnológicas. Porque no se trata de hablar, sino que la búsqueda es la de intentar decirse a uno mismo, es decir, decir lo que estoy viviendo, lo que me ocurre interiormente, lo que me está viviendo. Sea sobre el propio don, sea la propia herida, sea el propio pecado, sea la alegría. E, insisto, no tanto hablar de cosas, sino hablarse a sí mismo.



Es más, ni siquiera eso. Porque hablar puede hacerlo cualquiera, en cualquier momento. De lo que realmente se está sediento es de ser escuchado, esto es, acogido y comprendido en lo que está ocurriendo en la vida, que para quien lo vive es lo primero sabiendo que no es lo único, pero sí importantísimo y fundamental. Y lo que se vive, estando un poco despierto a uno mismo, es todo un interrogante sobre uno mismo, sobre el camino que tomar, sobre el lugar en el que se está, y por qué, y para qué, y tantas otras preguntas.

La pregunta

Una persona, a quien aprecio mucho, muy acostumbrada a hablar con personas a diario porque forma parte de su trabajo, se hizo esta pregunta. Su tarea conlleva la responsabilidad de escuchar y decir cosas, de dirigirlas. Y, poco a poco, va desapareciendo para cumplir con su papel, con sus objetivos, con sus encomiendas. Y todo esto va, poco a poco, arrinconando la vida, dejándola extramuros y con la posibilidad de salir, quizá y si todo va bien, un par de horas al día. Nada más. El resto será otra cosa. Lo sabe. Pero no es la vida, al menos la suya propia.

Iglesia en diálogo, el proyecto de la CEE de cara al sínodo de los obispos

Nadie se expresa ante cualquiera. La prisión “del cuerpo”, al menos simbólicamente o en algunas de sus propiedades capitales, está en la misma fundación de la relación con el otro. Cuesta salir. Cuesta dejarla. Sin todavía hablar de la sorpresa que pueda recibir alguien a ver a otro llegar de frente y desprotegido. Uno, consigo mismo, muy probablemente mantenga una relación de semiesclavitud por miedo tan aceptada y asumida que llegue a considerarla no solo normal, sino incluso “lo más natural del mundo”. Y de ahí es muy difícil salir.

Por otro lado, lo que consideraría esencial para la Iglesia en el siglo XXI: escuchar y comprender a otro, acoger sin juicio a la persona, abrir espacios en los que las personas puedan vivirse personalmente –y valga la redundancia–, humanamente, socialmente, en el que reconocerse. Este acompañamiento es, a decir verdad, el más formativo. Y creo que la Biblia tiene mucho de esto, de decirse a uno mismo ante Dios, de verse a uno mismo ante Dios liberado de la posibilidad de cubrirse, de ponerse en la situación de ser conocido antes de las primeras palabras y ser amado antes, incluso, de justificarse, de excusarse, de vanagloriarse. Y que, así, todo pueda ocupar el lugar ordenado que le corresponde, con el exceso que es propio del amor de Dios. Y ser querido, y quedar invitado a un diálogo permanente y continuo con Alguien más íntimo a uno que uno mismo, más trascendente a uno que uno mismo.