El festival
El fin de semana nos ha dejado la resaca del festival de Eurovisión que, en esta ocasión, se ha celebrado en Tel Aviv, la capital administrativa de Israel. Más allá de las canciones con cierto trasfondo espiritual o de compromiso social–en cualquier caso, menos que en ediciones anteriores–, el festival que se ha ido mimetizando con algunos mensajes de diferentes colectivos con determinada ideología ha tocado la cuestión religiosa.
Siendo la cita en Israel hay quien ha intentado algún tipo de boicot al concurso de la canción de las televisiones públicas de espacio radioeléctrico europeo. Más allá de las simpatías entre israelíes y palestinos, Madonna se hizo de notar con algo más que el abrazo entre dos bailarines con las banderas de los pueblos que luchan por la misma tierra o las salida de tonos –en el sentido más literal del término–.
Las cantante estadounidense, gracias un mecenas local, comenzó su actuación de 2 canciones en el intervalo para las votaciones con ‘Like a Prayer’, (‘Como una oración’). La artista eligió una puesta en escena cargada de simbología religiosa, con proyección del Muro de las Lamentaciones y hábitos monacales incluidos que parecían recordar a aquella Madonna provocadora de tiempos pasados… Ciertamente el buenrollismo de contemplar a todos los artistas bailando en las imágenes de presentación a cada canción en lugares como la Torre de David, la fortaleza de Acre, la ciudad vieja de Jerusalén o el Mar de Galilea… se rompió con una escenografía empeñada en mostrar la parte más bronca de la ciudad de las religiones.
La crítica fácil de la destrucción y el inmovilismo creado por las religiones contrasta, también sobre el escenario, con quienes proclaman el mensaje de que hay que trascender los desastres de la historia o buscar más allá de las vendas de los prejuicios. Parece que el término medio es difícil de lograr.
El encuentro
Quienes componen el Departamento de Pastoral de Juventud de la Conferencia Episcopal han tratado de rescatar la apuesta de la Iglesia por la música cristiana, ya sea litúrgica o no. Ahora que estamos despidiendo a la generación de músicos que han hecho posible, hace más de 50 años ya, la transición pedida por el concilio a la música en lengua vernácula urge el relevo en este campo.
Por mucho que la Iglesia, especialmente en monasterios y abadías, conserve las melodías de antaño, el valor catequético y pastoral de la música también necesita de una continua actuación. Por eso hace una semana finalizaba el V Encuentro de Músicos Católicos. En dicho encuentro se han promovido una serie de galardones, los Premios Spera que han llegado a su segunda edición.
Desde luego son un aliciente, porque es triste constatar que en este terreno diócesis, movimientos, congregaciones e institutos seculares han perdido fuelle. Aunque hay iniciativas o grupos que se mantienen, la verdad es que la Iglesia, sin ninguna duda, es un tren que está dejando pasar. Se ve en la música litúrgica de las celebraciones –siempre con meritorias y honrosas excepciones–, pero se ve también en la escasa propuesta y creación de la música hecha para el disfrute o la propia reflexión. ¿Será que en los tiempos de internet y del copia y pega ya no hay capacidad de creación? ¿Los sentimientos religiosos no inspiran en los creadores nuevas formas de “cantar las maravillas del Señor”?
Los otros
Sin embargo, frente a la afasia social y los vetos silenciosos a todo lo que suene a religión, hay quien no tiene complejos en mostrar el fenómeno religioso como algo más que una losa que abduce las conciencias. Además, lo hacen sin complejos. Hace un par de semanas en este blog hablábamos de Kanye West que podría seguir rapeando todo lo que le diese la gana, pero ha decidido volcarse en su faceta como predicador.
En el mundo latinoamericano hay muchos ejemplos. Por citar un habitual de las convocatorias de Scholas Ocurrentes tenemos al cantautor colombiano Sebastián Yatra. Muy conocido en su país y puedo asegurar que también en el nuestro adolescentes y jóvenes corean sus canciones. Como también lo hacen con alguien de aquí, el madrileño C. Tangana. A quien no le conozca le invito a que se pase por mi clase un día de esos en los que te da por dejar que los alumnos escuchen la música que quieran mientras hacen algunas tareas, los auriculares no disimulan el ritmo –o en cualquier de las excursiones de estas semanas de final de curso–.
Alumno durante toda la etapa escolar del colegio de San Viator de Carabanchel, estudió Filosofía en la Complutense mientras sobrevivía con el trabajo precario y dejaba mucho tiempo en su afición por la música de estilo libre. En sus letras la cuestión religiosa no ha sido ajena y de hecho su etapa creativa pasó por un auténtico retiro sin redes, ni televisión ni teléfono… Ahora surfea con muchas de las propuestas que el reguetón trae a los más jóvenes, con lo que incomoda a feministas, a conservadores, a escépticos pero también a los más alternativos ya que no se ajusta a los paradigmas ideológicos que dominan el imaginario cultural español. Más allá de su eclecticismo, se ha atrevido a hablar de Dios e incluso llega a pedir en un tema antiguo: “Dios bendiga al reggaetón”. Un artista que da que pensar…
Para C. Tangana la reina del mundo es Beyoncé. En el videoclip de su tema ‘Heaven’ (cielo en el sentido menos meteorológico del término) de noviembre de 2014, acude a la Iglesia y pasa las cuentas del rosario entre sus manos… mientras evoca otros momentos cotidianos de su vida –por no hablar de otros lugares donde aparecen cruces tatuadas–. En el trasfondo una visita al cementerio hace que enterramos que recuerda alguien que ya no está, alguien por quien “el cielo ya no puede esperar” y a quien despide: “Sigue adelante, ve a casa”. Mientras suena un Padre nuestro español al final del vídeo, uno puede evocar el poder de la muerte, del amor, de la búsqueda de sentido, de la trascendencia, de la Historia… y hacer música y ritmo. ¿Por qué no lo intentamos más? ¿Hemos perdido el ritmo?